martes, 21 de agosto de 2018

Un día cualquiera

A pesar de ser una sencilla ama de casa y una madre entregada, mi día a día, lejos de parecerse a la de cualquier mujer en mi misma situación, esta lejos de la rutina y el aburrimiento.

Siempre me están ocurriendo cosas divertidas y peculiares; unas las busco pero otras llegan sin más.

Eso fue lo que me ocurrió hace aproximadamente mes y medio una mañana de entre semana en mi casa. 

Tengo un amigo de los muchos que conocí a través de las redes sociales. Es uno de esos amigos que siento verdaderamente como tal, de los pocos que están ya un nivel por encima de la mayoría. Esos amigos que ya conocen cual es mi nombre real, como se llama mi hija y se interesan por cómo estoy fuera del plano meramente sexual. Amigos en los que puedo confiar y que confían en mí. 

Cierto es que, con todos ellos, el sexo suele ser una conversación recurrente. Al fin y al cabo es lo que nos unió y los gustos suelen ser parecidos en esa parte de nuestra vida. No hay nada más satisfactorio que poder hablar con alguien de todo,  con naturalidad y sin tabues.

Es por ello que cuando tomamos un café la última vez decimos hacerlo en mi casa, como ya ha ocurrido en tantas otras ocasiones. Dependiendo del tiempo de cada uno y de las ganas, alterno las citas con mis amigos en cafeterías o mi salón. 

Hacía ya bastante tiempo desde la última vez que nos habíamos visto y, a pesar de hablar a menudo por messenger, parece que en persona siempre surgen nuevas cosas que contar. 
El y yo hemos tenido en el pasado encuentros sexuales muy satisfactorios, encuentros no tan basados en el clásico folleteo y más centrados al morbo y las sensaciones. Siempre hemos tenido unos gustos muy parecidos en la manera de encontrar el morbo en las situaciones menos esperadas.

En un momento determinado la conversación derivó a recordar momentos puntuales de nuestros encuentros, como la primera vez que estuvimos juntos u otras escenas que realmente encienden a uno  cuando regresan a la memoria.
Cierto es que ese día yo no estaba especialmente receptiva, no todos los días es domingo. 
Sin embargo, mi amigo, comenzó a calentarse de manera exponencial. Y, claro, llegó a un punto en el que no había cabida al retorno. 

De manera sorpresiva se lanzó a mi boca y yo no pude más que responder a sus besos. Durante un tiempo nos besamos y me magreo y comió las tetas con verdadera ansia. El deseaba verdaderamente pasar a mayores pero notó mi falta de entrega y desistió.

Cuando nos estábamos despidiendo me pidió permiso para ir a mi cuarto de baño a hacerse una paja. La polla le explotaba y necesitaba descargar. Sino era consciente de que no podría concentrarse para nada más en el resto del día. La confianza que nos tenemos hace que este tipo de petición no resulte desagradable ni incómoda.

Le invité a hacerse la paja tranquilamente en mi salón y me fui a buscarle una toalla para que se limpiara al terminar. Al principio se quedó descolocado, pero pronto comprendió en casa de quien estaba. Esas cosas conmigo pueden ocurrir de la manera más natural y él lo ha vivido en varias ocasiones en carne propia. 
Me preguntó si yo iba a estar presente o le dejaría sólo y la respuesta fue obvia. Yo me senté a su lado para observarle mientras se masturbaba. 

Y ahí estábamos los dos, el con la polla fuera fuera y cascándose una señora paja y yo charlando con él mientras le observaba. No tardo demasiado en correrse, estaba demasiado cachondo. 

Cuando terminó, me ofrecí a limpiarle con cuidado el semen que (como siempre abundante) había salpicado por toda su vientre. Siempre me ha gustado limpiar a los hombres cuando se corren, supongo que mi tendencia a la sumisión juega un papel importante en eso.

Tranquilo y relajado por fin, se pudo ir de mi casa a seguir con su trabajo. Yo enseguida me enfrasqué en mis tareas como la señora de mi casa que soy y a otra cosa mariposa.

Quizá esta anécdota sea un buen ejemplo de lo que resume mi vida y por eso os lo quería contar.

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