jueves, 11 de febrero de 2021

"El beso" Mi gran equivocación

 Como todo en esta vida, hay hombres que esconden detrás grandes sorpresas.

Cierto es que, de primeras, es muy complicado hacerse una idea de la persona a la que estas comenzando a conocer. Pero tenemos tendencia a juzgar o encasillar a las personas según un reducido abanico de prototipos que normalmente suelen repetirse. Yo, al menos, es lo que hago.

Y tengo que reconocer que pocas veces me equivoco. Si.....ya siento tener que decir esto, pero la inmensa mayoría de hombres parecen sacados de la misma línea de producción. Están todos fabricados en cadena. 

Estoy segura de que con las mujeres ocurre lo mismo, pero mi experiencia está basada sobretodo en mis relaciones con los hombres, es por eso que sólo hablo del género masculino.

Y, claro, lo divertido e interesante de todo esto es, precisamente, cuando te equivocas. Cuando eso ocurre y es para bien te llevas una inmensa alegría. Si es para mal, pues a comerse el mal trago y a otra cosa mariposa.

Hace unos días, durante una tarde tranquila de sofá, decidí realizar una visita virtual a un museo. Me llamó poderosamente la atención un cuadro, en el que una joven pareja se besaba en una mezcla de pasión y ternura abrazados entre ellos y por un bucólico paisaje que recordaba a la campiña inglesa, en lo que parecía un cálido día de primavera de los años 50.  

Me llamó tanto la atención porque semejante imagen trajo a mi recuerdo a un hombre maravilloso que conocí hace algunos años. Durante el tiempo que estuvimos juntos nos prometimos muchas cosas. Una de ellas era exactamente lo que ví en ese cuadro. 

Nos quisimos y nos deseamos tanto que juramos pasar el resto de la eternidad juntos, porque se nos daba fenomenal estar juntos. Y, para ello, se nos ocurrió la genial idea de desear cada uno, en el mismo momento de nuestra muerte, ser parte de un cuadro en el que ambos salieramos retratados abrazados y besándonos. El cuadro se titularía "El beso".

Los sueños, a veces, tienen la virtud de volverse realidad. Y nuestro sueño era, sin duda, esa locura. 

El caso es que, al ver el cuadro, volví a sentir todo lo que ese hombre provocaba en mí. 

Y recordé, de nuevo, como le conocí. Recordé que me llevó seis meses conocerlo de verdad. Porque, él, fue una de esas maravillosas equivocaciones que te regala la vida. 

Pasé años pidiéndole perdón por no haberle "visto" primero. Él estaba ahí, pero yo no sabía mirarlo, no sabía verlo. Me empeñaba en pensar que se trataba de un hombre cualquiera, anodino y aburrido. Un hombre con baja autoestima y poca personalidad, de esos que se enamoran de cualquiera que les preste una mínima atención.¡Cuán equicocada estaba!

Un hombre no demasiado alto, poco más que yo, escondido tras unas gafas y una sonrisa forzada en las fotos que me regalaba a través del chat. No era feo, pero tampoco tenía nada en particular que pudiera llamar mi atención.

Paciente, fue muy paciente. Él se sabía muy seguro de conquistarme y durante meses aguantó estoicamente todo tipo de embites y malas maneras por mi parte.

Yo, sin saber por qué, nunca acababa por romper la extraña relación que nos unía. Una especie de fuerza oculta me llevaba a seguir manteniendo contacto aún después de que, por una u otra cosa me desquiciara.

El tiempo fue haciéndole imprescindible en mi vida al otro lado de la pantalla. Día a día se fue forjando una amistad de fuertes raíces que la convirió tan soberanamente sólida que durante años fue indestructible. De hecho, sólo existe una cosa capaz de verdad de romper una amistad. Algo aún más poderoso: el amor.

Y así ocurrió, de la amistad pasamos al amor y, del desamor, a la nada.

Siempre dijimos que se nos daba bien estar juntos porque las pocas veces que nos vimos en persona antes de acabar irremediablemente atrapados el uno por el otro, todo fluía con increíble sencillez y armonía. En persona jamás discutíamos, ni existían malos entendidos. 

De hecho, en uno de esos libianos encuentros para tomar algo juntos y charlar fue cuando yo le ví por primera vez. Hicieron falta muchas veces para que surgiera esa primera vez. Pero llegó, sin esperarla, sin buscarla, pillándome totalmente desprevenida. Por primera vez le ví y me enamoré.

Y, cuando eso ocurrió, se descubrió ante mí un hombre nuevo, diferente. Excepcional.

Bajo esas gafas se encondían los ojos más bonitos que yo había visto en mi vida. Unos ojos que combinaban a la perfección con su sonrisa y que hacían que me derritiera cada vez que me miraba. 

Bajo la ropa, descubrí un cuerpo armonioso y de piel suave, donde los hombros, el cuello y las clavículas junto a su maravillosa espalda, me trasnportaban a la viva imagen de la masculinidad.

Unas piernas fuertes y bien torneadas despertaban mis ganas con tan sólo mirarlas. Adoraba abrazarme fuerte a ellas arrodillada, sumisa, a sus pies.

Pero, definitivamente, su boca era el Edén. Sus dientes, tan blancos y su deliciosa lengua, me regalaron los besos más maravillosos, sabrosos, tiernos, calientes, húmedos, viciosos y llenos de amor que, aún hoy, no he vuelto a probar.

El sexo. El sexo con él era el SEXO con mayúsculas. Ese hombre tan especial guardaba bien escondido el mejor de sus secretos. Era cerdo, pervertido, abierto, bisexual, cd, dominante por momentos y puta entregada en otros....

Nunca, jamás, me he llevado tan bien con un hombre en la cama. Parecíamos hechos el uno para el otro. Él me regalaba preciosos juegos de lencería que, después, ambos compartíamos en la intimidad. Le ponía muy cachondo que yo le vistiera con suma delicadeza...primero el liguero, después las medias, un bonito picardias o algún sujetador... Para rematar el conjunto, sus zapatos.

A mí me encantaba mimarle y darle placer mientras le vestía. Disfrutaba viendo la trasnformación de ese hombre en mi puta. Su polla se ponía dura como un mástil y comenzaba a llorar líquido preseminal de puro placer. 

Cuando le veía tumbado sobre la cama, tan abierto y dispuesto para mí, convertido en la más viciosa de las putas, era justamente cuando más macho le encontraba ante mis ojos. Y esa maravillosa dicotomía me volvía loca. Follarle con el strapon que él mismo había comprado para nosotros me llevaba a un nivel de placer difícilmente descriptible.

Otras eran las veces en que, ambos desnudos, nos disfrutábamos sin censura. Poco a poco fue aprendiendo a abofetearme, mientras descubría que eso le encantaba, de tal manera que cada vez lo hacía más fuerte. Y más fuerte era mi atracción por él.

Follaba de manera magistral, con una cadencia muy característica en la que pareciera que no le costase ningún esfuerzo pasarse horas dentro mía mientras me regalaba un orgasmo tras otro. Mientras, con sus dedos, acariciaba mi clítoris llevándome al súmun del placer.

De cuando en cuando gustaba de cambiar de agujero y me follaba el culo. Culo que le encantaba comer en nuestros previos, al igual que para mí el suyo me resultaba un auténtico manjar. Era un virtuoso con la lengua y fueron cientos los orgasmos que alcancé mientras me comía el coño a la vez que me miraba con esos ojitos que me volvían loca. 

Le encantaba beberse mis squirts, que yo le ofrecía directamente de mi coño a su boca. Y mearnos el uno al otro.....eso nos maravillaba.

Pasábamos tardes enteras dedicándonos mutuos masajes, sin prisa y con total entrega. Después, nos abrazábamos embadurnados en aceite y nos besábamos hasta parar el tiempo. Largas duchas en las que uno enjabonaba al otro con dulzura y cariño. Y besos, más besos, siempre besos.

Fue mucho lo que disfrutamos, mucho lo que nos quisimos y nos reímos. Ambos crecimos como persona al lado del otro, ambos conocimos la verdadera felicidad y el auténtico amor durante el tiempo que estuvimos juntos.

Es por eso, que él fue mi gran equivocación. Porque ese hombre de apariencia débil e insípida, era en realidad un caballero culto y con chispa. Una persona viajada y vivida con mucho que ofrecer que tan sólo estaba pasando una mala racha cuando nos conocimos. 

El siempre dijo que yo le había salvado la vida, que le había sacado de un laberinto del que no veía salida. Que nunca había sido tan féliz como cuando estuvo conmigo.

Lo que él nunca llegó a saber es que, en realidad, él había llegado a mi vida para rescatarme a mí.

Y, quizá, quién sabe...quizá el día que me toque cerrar los ojos de manera definiva lo haga pensando en nuestro lienzo y me encuentre pasando la eternidad besando a ese hombre maravilloso.