jueves, 5 de diciembre de 2019

El taxista

Este mes de Diciembre se cumplen seis años que estoy dentro del mundo liberal. No son demasiados, sobretodo comparado con muchas personas que conozco que llevan prácticamente toda la vida en este mundo. 
Sin embargo, debido a mis ansias en los primeros años, he reunido una cantidad desmesurada de experiencias en este tiempo. También he conocido a muchísimos hombres y alguna que otra mujer.

La mayoría de ellos han pasado por mi vida sin aportar mucho más que un buen o mal polvo y un puñado de conversaciones para conocernos un poco antes de nuestro encuentro. Personas sin mucho más que ofrecer. Cierto es que de la mediocridad también se aprende y yo procuro empaparme de todo.

Sin embargo, hay personas que aparecen en tu vida para enriquecerla y enseñarte lecciones que, bien aprovechadas, te convierten en una persona más completa y empática. 
No todas las lecciones son bonitas, de hecho, se aprende más de las tormentosas.

Estos días, hablando con una buena lectora, he recordado todo lo vivido con un chico de mi ciudad. 
Uno de esos hombres que tienen una historia detrás que, en apariencia, jamás se imaginaría.

Fue de los primeros que conocí en este ambiente y, a día de hoy, mantenemos una extraña amistad. Apenas hablamos pero ambos procurarnos mantenernos en contacto. Creo que, en el fondo, los dos necesitamos que el otro esté ahí. Porque nuestras historias, aun siendo muy diferentes, son muy iguales. Somos dos almas atormentadas que utilizamos el sexo como herramienta para espantar nuestros fantasmas.

Juan es taxista, tiene mi edad, está separado (cuando nos conocimos comenzaba el final de su matrimonio) y tiene un hijo.

Es un hombre capaz de hacer locuras en el sexo, arrepentirse y, después, volver a cometer las mismas locuras.

Le gustan muchísimo las mujeres y, en la cama las prefiere por delante de los hombres. Sin embargo, cuando se deja llevar por sus instintos más primarios, cuando necesita ahogar penas o soltar stress, recurre a los hombres.

Es en ese momento cuando se deja llevar por el desenfreno, el riesgo y la locura. Y es después de esos encuentros cuando se siente mierda. No por el hecho de verse con otro hombre, sino porque la premura de los contactos, siempre bajo un ansia incontrolable, le hacen quedar con hombres que le regalan muy malas experiencias. Pocas son las veces que se queda con buena sensación tras uno de esos encuentros.

Estos suelen basarse en una comida rápida de polla, en los que él se arrodilla y mama. Todo muy rápido, todo muy frío. La mayoría de las veces con hombres que no le atraen físicamente, incluso que le dan asco. 
En muchas ocasiones, se ve obligado a tragarse una corrida que no desea. Entonces, sale del encuentro sintiéndose sucio y utilizado. Pero, quizá esa misma noche o a la siguiente, volverá a caer en su misma trampa.

Es un hombre muy activo sexualmente y puede llegar a masturbarse cuatro o cinco veces al día. Muchas de las veces lo hace mientras lleva en la parte de atrás algún cliente o clienta.

También ha quedado con trans. Debido a su apariencia, ha tenido la oportunidad de contactar con trans muy atractivas y femeninas. Eso es difícil de conseguir si no es pagando.

Hay noches en las que se deja caer en algún cuarto oscuro de cualquier sexshop de mala muerte, donde sólo puede encontrarse viejos verdes y sucios que, cuando se encuentran con él, tienen su gran día de suerte. Juan es un chico joven, bien parecido, limpio y con una polla grande y gorda. Dispuesto a dejarse hacer y obedecer lo que se le ordene. Un caramelo...

Yo he tenido sexo con él en alguna que otra ocasión. A veces en el mismo taxi. La mayoría de esas veces lo hicimos tras mi regreso de una noche de marcha con mis amigas. Para volver a casa suelo recurrir siempre a él. Me recogía donde yo le indicaba y charlábamos de vuelta a casa. Yo le contaba qué tal había ido mi noche y, si yo se lo pedía o él me lo ofrecía y yo aceptaba, me llevaba a algún rincón escondido de la ciudad, que él se conoce con los ojos cerrados y teníamos sexo. Después me dejaba en casa y él seguía con su turno.

Cuando, hace algunos años, yo tenía una vida sexual muy activa e iba a casa de algún desconocido, siempre le pedía a él que me llevara y me fuera a buscar. Así yo me sentía segura porque Juan sabía dónde estaba y lo que estaba haciendo. Esa complicidad me unió mucho a él.

Nuestros encuentros nunca fueron especialmente maravillosos, siempre estaban basados en el desfogue. Los dos éramos esa persona de confianza que le quitaba el calentón al otro en un momento determinado.
Sin embargo, con él probé muchos juguetes que nunca había utilizado y disfruté, por primera vez, de ver como un hombre lo pasaba muy bien jugando con su culo. Tenía una gran colección de vibradores y pollas de juguete y verle utilizarlos me gustaba mucho.
De hecho, la primera bala vibradora que yo me puse en el clítoris era suya. 

Juan siempre parecía atormentado y cuando tenía sexo con él trasmitía inquietud y ansia. A veces me ponía hasta nerviosa. Alguna vez llegó a reconocerme que muchas veces ni siquiera disfrutaba teniendo sexo conmigo. Pero es buen follador y yo me quedaba satisfecha con su compañía.

Poco a poco nos fuimos dando cuenta de que el sexo entre nosotros ya no tenía sentido y, de manera natural, fue quedando esta extraña amistad. 

Por suerte, ahora está en un momento de su vida más tranquilo, con una relación estable con una chica que le aporta mucha calma y buen sexo. Aun así, a veces aún siente la necesidad de recurrir al sexo con hombres de mala manera. Pero yo le entiendo. Los fantasmas siempre vuelven a uno de vez en cuando.