lunes, 13 de abril de 2020

Toc toc

Oro, te llamé oro.

Parecías único, muy diferente a lo que yo había conocido. 

Me equivoqué, otra vez.

Fueron meses de conversaciones. Las primeras, muy tirantes. Yo no quería seguirte la corriente, sabes bien que no me gusta hablar de sexo en chats privados. Pero a ti te gustaba picarme, hacerme rabiar. No sé por qué, nunca te bloqueé, no quería dejar de tenerte ahí, entre mis contactos.

Un día, decidiste cambiar el rumbo y comenzaste a hablarle a la persona, hablarme a mí. Ahí comenzaron a cambiar las cosas. 
Empecé a fijarme en tus fotos, a releer nuestras conversaciones, a interesarme por lo que me contabas. Y, entonces, me di cuenta de que me resultabas tremendamente atractivo. Por dentro y por fuera.

Con una soberbia inteligencia emocional y una gran capacidad de análisis psicológico, dibujaste mi personalidad como si me conocieras de siempre, como si hubieras estado en mi cerebro toda mi vida.
Me dejaste impactada, aún hoy lo estoy. 

Tu, hombre muy seguro de si mismo pero con muchos puntos débiles, te abriste a mí como en una atopsia; dejaste que te viera por dentro. Todo, hasta lo más feo. Y yo supe valorarlo.

Te hice daño varias veces, ya conoces mi carácter. Y nunca tuviste reparo en decírmelo. Entonces, tras varios días enfadados, uno de los dos reconocía que nos echábamos de menos. 
Entonces yo me prometía a mí misma que intentaría cambiar por ti. Y juro que lo intenté, al menos en ese sentido.

Si pasaban horas sin hablar, nos echábamos de menos. A ambos nos gustaba saber qué estaba haciendo el otro o cómo se encontraba.

Nunca nos mandamos foto de cara. Yo, incluso, te mandé la primera de cuerpo mucho tiempo después de comenzar a hablar. 
Te gustaron, sobretodo, mis manos.

Llegó el día en que comenzamos a planear vernos en persona y organizamos una cita a ciegas. Pasó mucho tiempo hasta que conseguimos compaginar nuestras agendas.

Fue una mañana, en una cafetería del centro. Yo llegué antes y tu me confesaste que verme allí sentada, esperándote, te devolvió toda la calma que habías perdido camino a nuestro encuentro, donde las desconfianzas y los miedos comenzaron a apoderarse de ti. 

Fue un encuentro genial, casi perfecto. Nos gustamos. Yo me sorprendí, pues el hombre que tenía enfrente nada tenía que ver con lo que había imaginado todo el tiempo atrás. Eras mejor, aun mejor de lo imaginado.
Creo que tu también te sorprendiste para bien, lo sé porque lo noté en tu expresión, tu elocuencia y lo natural que te mostraste conmigo desde el principio.
El hecho de que, a los cinco minutos de despedirnos, me escribieras pidiéndome una nueva cita, también tuvo mucho que ver.

En efecto, volvimos a vernos al siguiente día. Ambos estábamos hambrientos de más. Necesitábamos volver a sentir lo que conocimos la primera mañana. Y, por suerte, así fue.

Cafés con mini magdalenas, zumos de naranja al lado de un ordenador de trabajo en la mesa de una cafetería. Gafas, risas, tirantes y pantalones apretados. Cafeterías chulísimas que invitan a la charla y la intimidad....Y sobretodo eso, charlas maravillosas de esas que te peinan el alma, de las que dejan un gran sabor de espíritu y te invitan a reflexionar. Algunas, hablando con dureza de la realidad, otras más distendidas bañadas en risas.

Promesas de viajes de dos horas en autocaravana, a lugares cercanos a la par que maravillosos. Planes de jacuzzi en spa urbanos y mil escapadas diferentes a lo que me tenían acostumbrada. Nunca, nada, se hizo realidad. 

Visitas divertidas a tiendas de decoración con el simple fin de vernos los culos en movimiento. Risas, sobretodo risas y complicidad.

Nos encantaba nuestra tensión sexual no resuelta, tu "no ser capaz" y mi negación a tener sexo contigo.
Eso nos volvía locos y nos motivaba.

Deseábamos besarnos, pero nunca llegamos a hacerlo. Ese sufrimiento nos encantaba; yo porque soy una romántica pura y tú porque nunca fuiste capaz de ser infiel.

Pero nos gustábamos, vaya si nos gustábamos! Nuestra atracción estaba por encima de convencionalismos, no necesitábamos más para sentirnos atraídos el uno por el otro.

Pero, un día, te convertiste en uno más. Decidiste desaparecer y lo hiciste. Una despedida que parecía una simple reflexión en voz alta, un golpe en la mesa donde yo tenía perfectamente colocada mi torre de naipes y que hiciste caer. Torres más altas han caído, si, pero esta parecía bien cimentada con la verdad y con todas nuestras cartas sobre la mesa.

El oro se convirtió en vulgar chapado, las promesas se fueron como el humo de un cigarro, la amistad se rompió en mil pedazos y mi ilusión.....mi ilusión volvió a resquebrajarse.

¿Qué si me dolió? Claro que lo hizo, cómo no? Siempre duele.

Confieso que de ti no lo esperaba. Pero los años parecen no haberme enseñado nada y, aún hoy, soy incapaz de distinguir.

Por suerte, he desarrollado la fórmula secreta de la pomada para mis heridas. Antes, me las lamía mientras lloraba enfadada por mi maldita mala suerte. Ahora, tan sólo me las curo con paciencia, esperando a que el tiempo haga el resto del trabajo. 
Ya ves, una nueva cicatriz que algún día me recordará que viví en una eterna guerra por culpa de mi búsqueda de la paz.

Al tiempo, volviste a llamar a mi puerta. Con sabias palabras que siempre resultan. Palabras peligrosas que vienen acompañadas de una venda, venda con la que deseas no ver más allá. Y esa venda no puede hacer más que quemarte los ojos y el alma. Porque esa venda, te regala una falsa ilusión, la idea equivocada de que una nueva oportunidad está a la vuelta de la esquina. Mentira, ilusión envenenada. 
Por algún extraño motivo, ese día yo me encontraba fuerte y lúcida  y tuve la suficiente capacidad para darte viento fresco. Tuve palabras duras contigo, te expuse mis razones.
Eres muy inteligente, supiste entenderlo.

Pero, hoy, me doy cuenta de que no puedo olvidarte. Que vuelves a mi cabeza como un sonido que se repite, como el tic tac del reloj que te recuerda que el tiempo pasa y se pierde. 
Y, yo, que me prometí no volver a caer en este tipo de relación tóxica, vuelvo una vez más a traicionarme. Porque no hay cosa que más me guste que eso, traicionarme.

Soy yo la que, ahora, llama a tu puerta. Y, aquí estoy, esperando tu respuesta.

jueves, 2 de abril de 2020

Noche de vino y rosas

Fue una noche peculiar aquella. Como ocurre tantas veces, yo salí con la idea de regresar temprano y, sin embargo, vi amanecer desde la calle de regreso a mi casa.

Habíamos quedado ya un par de veces, café de por medio. Ambos nos gustábamos y fuimos comprobando que nos sentíamos muy a gusto mientras charlábamos de mil tonterías.

Ese viernes yo no tenía plan para la noche y su llamada llamó mi atención. Cierto es que no me lo esperaba y la idea quedar con él me pareció fantástica y me alegró el resto del día.

Quedamos en una vinatería del centro de la ciudad y ambos aparecimos puntuales, perfectamente arreglados y sonrientes. Nos saludamos con dos besos quizá algo tímidos, pero muy cálidos y cercanos.

En ningún momento hablamos de sexo; sin embargo, éste rezumaba en cada mirada y en cada gesto.

Cada vez lo veía más simpático, más guapo, más elegante y maravilloso. No puede evitar imaginármelo desnudo.

El vino se encargó de embriagar mis ganas, que iban en aumento a medida que le miraba la boca mientras me hablaba. Se me antojaba deliciosa, con sus labios carnosos y sus dientes perlados. 

Cada vez que sonreía mis bragas se mojaban y, con cada copa, no podía evitar acercarme a él un poco más.

Cuando quisimos darnos cuenta, llevábamos tres horas de charla y varios vinos y no habíamos comido nada, así que decidimos irnos a picar algo para no castigar a nuestros estómagos.

Tras la cena, decidimos tomarnos unos digestivos en un local tranquilo de acogedores sofás y luz tenue. Sin embargo, la música nos obligaba a hablarnos al oído, lo cual nos vino genial para estar más pegados. Cada vez que se acercaba a mí oreja, un escalofrío recorría mi cuerpo hasta erizar mis pezones, sintiendo el calor de su aliento y el maravilloso olor de su perfume. 

El alcohol me desinhibe y, cuando me pongo cachonda, las maldades se agolpan en mi cabeza haciéndome perder el sentido. La vergüenza pasa a un segundo plano y sólo me mueve el deseo y la diversión.

Me levanté para ir al baño y, cuando regresé, me senté de nuevo a su lado. Me acerqué a su oído y le pedí que extendiera la palma de la mano. Me miro sorprendido y obedeció divertido.

Sobre ella, puse mis braguitas negras de encaje y vi como le cambiaba el gesto. 

Le mandé que las oliera y lo hizo. Yo cada vez estaba más cachonda, creo firmemente que él también.

"Están así por tu culpa" le susurré.

Entonces se lanzó a mi boca, regalándome un beso lascivo y entregado. Me subí sobre él a horcajadas y pude sentir la dureza de su polla. 

"Llevo deseándote toda la noche, me tienes loco" me dijo. "Pues no perdamos ni un minuto" le respondí.

Salimos apurados sin saber ni siquiera a dónde. Nos metimos en un taxi y, ya dentro, me invitó a su casa. Pasamos el trayecto besándonos y riéndonos, muertos de las ganas por probarnos.

Al llegar a su portal se me ocurrió la genial idea de desnudarme mientras esperábamos el ascensor. Y así lo hice. Él me miraba entre alucinado e impactado, pero su sonrisa me decía que estaba encantado con mi locura.

Una vez dentro del ascensor se arrodilló y comenzó a comerme el coño mientras yo contemplaba la escena a través del espejo. Pena que vive en un quinto y no me dio tiempo a regalarle mi primer orgasmo. Pero de allí salí aun más perra si cabe. 

Le cogió gusto a hacer locuras y me siguió el juego, así que al salir a su descansillo decidió que me iba a follar ahí mismo. Me empujó contra la pared y se desabrochó la bragueta mientras me besaba con pasión con su boca con sabor a mi coño. Entonces me dio la vuelta, tiró de mi cadera contra él para poner mi culo en pompa y me cogió de los brazos para apoyarlos sobre la pared. 

Con cierta dificultad, imagino que por el efecto del alcohol, acabó por penetrarme. Se me escapó un grito y el tapó mi boca divertido. Después me di cuenta de que compartía pasillo con otros tres vecinos.

Apoyó sus manos sobre las mías y comenzó a follarme. Mi primer orgasmo no tardó en llegar, eran muchas las ganas acumuladas. Esta vez me reprimí las ganas de gritar y me mordí los labios mientras me corría.

Entonces me di la vuelta y me agaché para comerle la polla. En ese momento pude comprobar cómo era: su tamaño no era destacable y su grosor estaba en la media, pero era sabrosa y se mantenía bien dura. Sus huevos, apretados y suaves, sin rastro de un pelo.

Como es lógico, él también había acumulado las ganas y no pudo evitar correrse, para cuando quiso avisarme yo ya tenía su leche caliente en mi boca, así que me la tragué disciplente.

Me ayudó a ponerme en pie, cosa que nos llevó un tiempo y bastantes risas, el equilibrio brillaba por su ausencia.

Cuando consiguió meter la llave en la puerta y yo hube recogido toda mi ropa del suelo, entramos en su cálida casa. Agradecí el calor de la estancia y la comodidad de su cama.

Ahí seguimos besándonos hasta acabar en un maravilloso 69 que me regaló otro orgasmo. Esta vez le tocó a él comerse mi corrida, que aceptó encantado.

Fue entonces cuando me subí sobre él y comencé a cabalgarle. En ese momento puede fijarme en que tenía un cuerpo precioso a juego con su fantástica sonrisa. 

Comenzó a tocarme las tetas con lascivia y me maravilló con sus caras de placer mientras yo me movía, ansiosa por un nuevo orgasmo, sobre él.

Cuando este me llegó, no me corté en gritar y gemir como a mi me gusta y me sentí liberada.

Me dijo, entonces, que me iba a follar en la postura que más loco le volvía y me pidió que me pusiera a cuatro al borde de la cama. Así lo hice. Esta vez con más atino, metió su polla en mi coño ya dilatado y comenzó a follarme. Fue entonces cuando me llevó directa al paraíso, justo en el instante en que sentí su dedo dentro de mi culo, eso desató mi locura. Mis gemidos aceleraron su excitación y acabó por correrse dentro mío, casi al unísono conmigo.

Cuando levanté la vista y vi la hora, casi me da un algo. Eran ya las seis de la mañana. Con todo el dolor de mi corazón y el cansancio de mi cuerpo, me di una ducha, me vestí como pude y me fui a mi casa. Mis bragas se las dejé de regalo, de todos modos no sabía ni dónde las tenía.

Le dejé en la cama, sexy y cansado. Le prometí repetir y pienso cumplirlo. Eso sí, no sé cuando....