jueves, 27 de febrero de 2020

Límites

Fue  un hombre que llegó a mi vida para alterarla por completo. El chico en cuestión me gustaba mucho y, a la vez,  había algo en él que me resultaba tenebroso, oscuro, inquietante.

Tenía un atractivo muy peculiar. Era un hombre joven, calculo que no llegaba a los treinta. Sin embargo, mostraba una madurez y una seguridad en sí mismo que lo convertían en un ser cautivador. 

Su sonrisa parecía cercana pero su mirada era fría como el acero. Sus ojos, grandes y color verde, se clavaban en los míos consiguiendo que se me escapara un escalofrío. 

Él, hombre sabio y experimentado, sabía cómo ponerme nerviosa. Yo sentía cómo jugaba conmigo y me transformaba en una muñeca inocente cada vez que estaba ante él. Ese era parte de su atractivo. Me gusta y odio a partes iguales sentirme así. No estoy cómoda cuando me siento vulnerable ante el otro pero, a la vez, esa indefensión me excita enormemente. 

Es por ello que deseaba con todas mis fuerzas y lo más profundo de mi ser, dejarme seducir por tan enigmático personaje. Quería sentirme en sus manos, bajo su absoluto control. Fantaseaba una y otra vez con la idea de un encuentro en el que me viera sometida, obligada, ninguneada y manipulada.

A la vez, mi conciencia intentaba gritarme para sacar esa loca idea de la cabeza, con la premisa de la precaución y la cautela. Pero yo no parecía escucharla.

Sin embargo, a veces es tan necesario sentirse fuera de una misma....Experientar en la propia piel lo prohibido, los tabúes, el vicio sin control, el peligro....
Ese deseo de tocar el infierno hasta llegar a arrepentirte cuando ya no es posible dar marcha atrás, esa necesidad de conocer una parte de la oscura realidad de la que, con la cabeza bien fría, siempre intentarías huir.

Traspasar esa línea es demasiado arriesgado, pones mucho en juego. Es posible que, después de una experiencia así, ya no vuelvas a ser la misma. Pero....¿y si de ella sales más reforzada, más mujer, con un mayor conocimiento de ti misma y de tu capacidad de resitencia y aguante?

Él me hablaba de sexo y me erizaba los sentidos. Las palabras que salían de su boca me penetraban sin piedad haciéndome retorcer de placer al escucharle. Fueron muchas las ocasiones en las que me contuve de saltar a su boca, el deseo de ser suya se volvía cada día más angustioso.

Deseaba verlo a diario, necesitaba mi dosis de locura. Me mordía los labios hasta hacerme daño para evitar decirle que, por favor, me follara sin piedad. Tal y como él me relataba que acostumbraba hacer con sus víctimas.

De sus historias supe que era un hombre casi cruel en la cama, que disfrutaba causando dolor con sus embestidas. No permitía las quejas ni los llantos y los castigos eran impasibles e inmediatos.
Era capaz de convertir a una princesa en la más barata de las putas. Podía regalar a una mujer el mayor de los placeres, pero siempre disfrazado de humillación y tortura. Y, a pesar de ello, siempre le iba suplicar más.
En su compañía, una podía olvidar que era persona, renunciando a su propia esencia e integridad. Una marioneta en sus manos, sin derechos ni palabra.

Obediencia y entrega abosuluta.

No besaba, escupía. 
No acariciaba, abofeteaba.
No nombraba, insultaba.
No lamía, mordía.
No follaba, las llevaba al cielo haciéndolas creer que estaban en el infierno.

Estaba muy cuerdo a pesar de parecer un loco, sin embargo a mi me estaba arrastrando hacia la locura.

Yo, que siempre he tenido alma de sumisa, veía en ese hombre la oportunidad de experiementar algo nuevo, algo más allá de lo que yo conozco. Salir de mi estado de confort y ampliar mi campo de visión, dejándome llevar por sensaciones que me ayuden a seguir creciendo. 

Sé que durante el tiempo que mantuve contacto con él llegué a perder el norte, a despegar los pies de la tierra. Ese hombre se convirtió en mi obsesión por lo que representaba, por lo que parecía prometer y por el enganche que me provocó a lo que sentía cuando estaba junto a él. 

Entonces, una noche me desperté angustiada. No soy capaz de recordar lo que había soñado pero, en ese momento, supe que debía apartarlo de mi vida. Y así fue. Rompí todo vínculo con él. Le bloqueé de todas mis aplicaciones y borré su teléfono. 

Me llevó mucho tiempo superar su ausencia, la costumbre se había hecho fuerte en mí. Pero ahora puedo decir con orgullo que mi personalidad y mi sentido de autoprotección estuvieron ahí cuando más los necesitaba. Porque, efectivamente, tampoco es necesario llegar tan lejos algunas veces.

Al fin y al cabo, estamos hablando de placer, pero siempre con cabeza.

 

miércoles, 12 de febrero de 2020

Disfrutando de un culazo


Desde la primera vez que le ví ese tremendo culazo, ya tenía ganas de saborearlo. 

Las fotos fueron lo primero: al principio con pantalones ceñidos, después en maravillosos slip y, por último, con toda su piel al aire.

Después de un tiempo, pude observarlo en persona. Y debo decir que me gustó mucho más.

Fueron innumerables las ocasiones en las que me masturbé mientras me imaginaba disfrutándolo. Los orgasmos eran muy placenteros y me llegaban con rápidez, signo de que el chico provocaba un gran morbo en mí.

Desde el principio le hice saber, con total sinceridad, todo lo que sus posaderas me gustaban. Pero no fue hasta mucho tiempo después que dí el paso de pedirle que me dejara disfrutar de él durante un par de horas.

Accedió encantado y no tardó en buscar un hueco en su agenda para deleitarme.

Le cité en mi casa, una mañana de entre semana. Yo sabía que se depilaba entero, así que no hubo necesidad de pedirle que lo hiciera para mí.

Cuando llegó el día apareció puntual y yo le esperaba ilusionada y hambrienta. Olía muy bien, con una mezcla entre fresco y varonil y eso acabó de despertar mis ganas de él.

Le recibí en mi puerta, vestida de calle y maquillada natural. No pasamos de darnos dos besos en la mejilla, a ninguno nos salió besarnos en la boca. 
Charlamos un par de minutos de cosas banales y, enseguida, le acompañé a mi cuarto.

Con ternura y deseo comencé a desnudarlo. Me apetecía mucho hacerlo a la vez que acariciaba su maravilloso cuerpo. Cuando tan solo le quedaban puestos los slip sentí que mi coño palpitaba de deseo por él.
Y no hizo falta más que bajárselos para quedarme obnuvilada ante la tremenda polla que se asomó ante mí. En las fotos, bajo el calzoncillo, parecía mucho más pequeña. Desde luego, empalmada, era imponente. Desde ese momento supe que no me iba a conformar tan sólo con saborear su culo....

Le pedí que se tumbara boca a bajo sobre mi cama. Tardé unos segundos en acercarme a él, primero quise disfrutar de las vistas que me estaba regalando. Una piel suave envolvía un cuerpo trabajado y bien proporcionado. Con ese majestuoso culo protagonizando el conjunto que me invitaba a comerlo sin piedad.

Entonces, entré desde atrás en la cama y, de rodillas, me acerqué a sus nalgas para, a continuación, abrirlas con mis manos y dejar la entrada de su ano a la vista. En ese momento, él pegó un pequeño salto de placer y su cuerpo se erizó por completo.
Junté toda la saliva que me fué posible en mi boca para, acto seguido, dejarla caer sobre su entrada a mi paraíso. Otra vez le sentí estremecer al sentir mi húmedo calor resbalar por él.

Acto seguido, acerqué mi boca deseosa y, con un lenguazo lento y certero, le arranqué el primer gemido.

Es delicioso, su culo es delicioso. Durante muchos mitutos me dediqué a saborearlo de mil y una maneras diferentes: mi lengua dura lo folló con movimientos rápidos, con lenguetazos más amplios recorría el camino de su escroto a la rabadilla, divertidos círculos, succiones intensas y cargadas de deseo...

El no paraba de gemir y retorcerse de placer, de cuando en cuando le sentía poner las nalgas duras para, después, volver a relajarlas.

Para disfrutarle en otra postura, le cogí por las caderas y le indiqué con mi movimiento de que se pusiera a cuatro para mí. Lo entendió rápidamente.
Esa postura me encanta en un hombre; la cabeza sobre la cama, el culo en pompa y algo abierto, las piernas separadas, la polla y los huevos colgando......
No pude evitar llevar la mano a semejante instrumento. Como no, volvió a dar un salto.
Durante un buen rato me dediqué a masturbarle mientras, siempre desde atrás, le comía con mimo y pasión los huevos. 
Después, comencé a subir desde ellos a su culo, siempre sin dejar de masturbarle. Sentía que su orgasmo estaba cerca, pero eso no me preocupaba, pues él me había dicho que tenía rápida recuperación y sabía que aún podría volver a correrse antes de irse de mi casa.

Para entonces yo estaba cachonda a más no poder y no puede evitar moderle una nalga. Se le escapó un grito de dolor y eso me encendió aún más. 

Sus jadeos cada vez eran más intensos y seguidos y el chico comenzó a moverse hacia delante y hacia atrás simulando una follada, eso me indicó que la leche venía de camino. Y, sin dudarlo, metí mi lengua todo lo dura y profunda que me fue posible en su ano mientras me empleaba en no perder el ritmo con mi mano en su polla. Y, así, fue como me regaló su primera corrida. Entre sonoros gemidos y una producción de leche digna de semejante polla.

Cuando hubo terminado, se dejó caer exhausto sobre la cama. 

Yo, que no esperaba ponerme tan cachonda, decidí que lo mejor era desnudarme y aprovecharme de ese maravilloso cuerpo. Él no era capaz de moverse y seguía boca a bajo mientras recobraba el aliento.

Y me subí, con mi coño empapado, sobre su culo y comencé a frotarme contra sus nalgas. Tenía el clítoris muy sensible y me creía capaz de correrme con ese simple movimiento. En pocos minutos, su culo estaba completamente mojado de mis jugos, brillaba y olía a coño.

Sin que yo lo esperase, me indicó que se iba a dar la vuelta y me pidió que siguiera frotándome pero, esta vez, sobre su polla. Me pareció una idea genial, por supuesto.

No sé el tiempo que había transcurrido desde su corrida, pero su polla ya estaba de nuevo dura y lista para la acción. Me encantó frotarme con ella, la recorría de alante a atrás con mi coño sintiendo su dureza en mí empalmado clítoris. 

Fue en ese instante en el que él, me acercó a su boca y me besó. Me dió un beso largo y mojado, lleno de lengua y de calor. Un beso que yo no esperaba y que me llevó a aumentar la cadencia de mi movimiento de cadera y, en consecuencia, le arrastró a él a un nuevo orgasmo que regó mis labios y clítoris de leche. Y, en ese momento, sucumbí al placer, sientiendo el calor de su líquido untuoso mezclarse con mi corrida formando entre nosotros una perfecta alquimia.

No volvimos a besarnos en la boca. Nos duchamos y bajamos a la calle a tomarnos un café y a seguir charlando como si tal cosa.

Reconozco que, muchas veces, no puedo quedarme con las ganas. Y me apetecía tanto ese culo....