jueves, 12 de agosto de 2021

 Hola a todos,


Después de mucho meditarlo, he decidido cerrar todas mis redes sociales.

Continuaré con el blog como lo he hecho hasta ahora, con etapas de más y menos actividad según las musas quieran o no acompañarme.

Os agradezco de corazón a todos mis fieles lectores el apoyo que siempre he sentido por vuestra parte y os pido perdón por esta forma tan abrupta de abandonarlo todo.

Creo, sinceramente, que es la mejor decisión. Dura, pero la mejor.

El personaje de Alba pesaba demasiado, así que sólo existirá en el blog. Al fin de cuentas las RRSS nacieron para promocionar lo que escribo y la cosa se acabó desbordando.

Mi correo sigue abierto, sólo para recibir mensajes que conciernen al blog.

Os mando mucho amor, mucha suerte y un enorme abrazo.

Alba

Menta abierta, corazón limpio y sexo húmedo.


miraloquetecuento2000@gmail.com

jueves, 11 de febrero de 2021

"El beso" Mi gran equivocación

 Como todo en esta vida, hay hombres que esconden detrás grandes sorpresas.

Cierto es que, de primeras, es muy complicado hacerse una idea de la persona a la que estas comenzando a conocer. Pero tenemos tendencia a juzgar o encasillar a las personas según un reducido abanico de prototipos que normalmente suelen repetirse. Yo, al menos, es lo que hago.

Y tengo que reconocer que pocas veces me equivoco. Si.....ya siento tener que decir esto, pero la inmensa mayoría de hombres parecen sacados de la misma línea de producción. Están todos fabricados en cadena. 

Estoy segura de que con las mujeres ocurre lo mismo, pero mi experiencia está basada sobretodo en mis relaciones con los hombres, es por eso que sólo hablo del género masculino.

Y, claro, lo divertido e interesante de todo esto es, precisamente, cuando te equivocas. Cuando eso ocurre y es para bien te llevas una inmensa alegría. Si es para mal, pues a comerse el mal trago y a otra cosa mariposa.

Hace unos días, durante una tarde tranquila de sofá, decidí realizar una visita virtual a un museo. Me llamó poderosamente la atención un cuadro, en el que una joven pareja se besaba en una mezcla de pasión y ternura abrazados entre ellos y por un bucólico paisaje que recordaba a la campiña inglesa, en lo que parecía un cálido día de primavera de los años 50.  

Me llamó tanto la atención porque semejante imagen trajo a mi recuerdo a un hombre maravilloso que conocí hace algunos años. Durante el tiempo que estuvimos juntos nos prometimos muchas cosas. Una de ellas era exactamente lo que ví en ese cuadro. 

Nos quisimos y nos deseamos tanto que juramos pasar el resto de la eternidad juntos, porque se nos daba fenomenal estar juntos. Y, para ello, se nos ocurrió la genial idea de desear cada uno, en el mismo momento de nuestra muerte, ser parte de un cuadro en el que ambos salieramos retratados abrazados y besándonos. El cuadro se titularía "El beso".

Los sueños, a veces, tienen la virtud de volverse realidad. Y nuestro sueño era, sin duda, esa locura. 

El caso es que, al ver el cuadro, volví a sentir todo lo que ese hombre provocaba en mí. 

Y recordé, de nuevo, como le conocí. Recordé que me llevó seis meses conocerlo de verdad. Porque, él, fue una de esas maravillosas equivocaciones que te regala la vida. 

Pasé años pidiéndole perdón por no haberle "visto" primero. Él estaba ahí, pero yo no sabía mirarlo, no sabía verlo. Me empeñaba en pensar que se trataba de un hombre cualquiera, anodino y aburrido. Un hombre con baja autoestima y poca personalidad, de esos que se enamoran de cualquiera que les preste una mínima atención.¡Cuán equicocada estaba!

Un hombre no demasiado alto, poco más que yo, escondido tras unas gafas y una sonrisa forzada en las fotos que me regalaba a través del chat. No era feo, pero tampoco tenía nada en particular que pudiera llamar mi atención.

Paciente, fue muy paciente. Él se sabía muy seguro de conquistarme y durante meses aguantó estoicamente todo tipo de embites y malas maneras por mi parte.

Yo, sin saber por qué, nunca acababa por romper la extraña relación que nos unía. Una especie de fuerza oculta me llevaba a seguir manteniendo contacto aún después de que, por una u otra cosa me desquiciara.

El tiempo fue haciéndole imprescindible en mi vida al otro lado de la pantalla. Día a día se fue forjando una amistad de fuertes raíces que la convirió tan soberanamente sólida que durante años fue indestructible. De hecho, sólo existe una cosa capaz de verdad de romper una amistad. Algo aún más poderoso: el amor.

Y así ocurrió, de la amistad pasamos al amor y, del desamor, a la nada.

Siempre dijimos que se nos daba bien estar juntos porque las pocas veces que nos vimos en persona antes de acabar irremediablemente atrapados el uno por el otro, todo fluía con increíble sencillez y armonía. En persona jamás discutíamos, ni existían malos entendidos. 

De hecho, en uno de esos libianos encuentros para tomar algo juntos y charlar fue cuando yo le ví por primera vez. Hicieron falta muchas veces para que surgiera esa primera vez. Pero llegó, sin esperarla, sin buscarla, pillándome totalmente desprevenida. Por primera vez le ví y me enamoré.

Y, cuando eso ocurrió, se descubrió ante mí un hombre nuevo, diferente. Excepcional.

Bajo esas gafas se encondían los ojos más bonitos que yo había visto en mi vida. Unos ojos que combinaban a la perfección con su sonrisa y que hacían que me derritiera cada vez que me miraba. 

Bajo la ropa, descubrí un cuerpo armonioso y de piel suave, donde los hombros, el cuello y las clavículas junto a su maravillosa espalda, me trasnportaban a la viva imagen de la masculinidad.

Unas piernas fuertes y bien torneadas despertaban mis ganas con tan sólo mirarlas. Adoraba abrazarme fuerte a ellas arrodillada, sumisa, a sus pies.

Pero, definitivamente, su boca era el Edén. Sus dientes, tan blancos y su deliciosa lengua, me regalaron los besos más maravillosos, sabrosos, tiernos, calientes, húmedos, viciosos y llenos de amor que, aún hoy, no he vuelto a probar.

El sexo. El sexo con él era el SEXO con mayúsculas. Ese hombre tan especial guardaba bien escondido el mejor de sus secretos. Era cerdo, pervertido, abierto, bisexual, cd, dominante por momentos y puta entregada en otros....

Nunca, jamás, me he llevado tan bien con un hombre en la cama. Parecíamos hechos el uno para el otro. Él me regalaba preciosos juegos de lencería que, después, ambos compartíamos en la intimidad. Le ponía muy cachondo que yo le vistiera con suma delicadeza...primero el liguero, después las medias, un bonito picardias o algún sujetador... Para rematar el conjunto, sus zapatos.

A mí me encantaba mimarle y darle placer mientras le vestía. Disfrutaba viendo la trasnformación de ese hombre en mi puta. Su polla se ponía dura como un mástil y comenzaba a llorar líquido preseminal de puro placer. 

Cuando le veía tumbado sobre la cama, tan abierto y dispuesto para mí, convertido en la más viciosa de las putas, era justamente cuando más macho le encontraba ante mis ojos. Y esa maravillosa dicotomía me volvía loca. Follarle con el strapon que él mismo había comprado para nosotros me llevaba a un nivel de placer difícilmente descriptible.

Otras eran las veces en que, ambos desnudos, nos disfrutábamos sin censura. Poco a poco fue aprendiendo a abofetearme, mientras descubría que eso le encantaba, de tal manera que cada vez lo hacía más fuerte. Y más fuerte era mi atracción por él.

Follaba de manera magistral, con una cadencia muy característica en la que pareciera que no le costase ningún esfuerzo pasarse horas dentro mía mientras me regalaba un orgasmo tras otro. Mientras, con sus dedos, acariciaba mi clítoris llevándome al súmun del placer.

De cuando en cuando gustaba de cambiar de agujero y me follaba el culo. Culo que le encantaba comer en nuestros previos, al igual que para mí el suyo me resultaba un auténtico manjar. Era un virtuoso con la lengua y fueron cientos los orgasmos que alcancé mientras me comía el coño a la vez que me miraba con esos ojitos que me volvían loca. 

Le encantaba beberse mis squirts, que yo le ofrecía directamente de mi coño a su boca. Y mearnos el uno al otro.....eso nos maravillaba.

Pasábamos tardes enteras dedicándonos mutuos masajes, sin prisa y con total entrega. Después, nos abrazábamos embadurnados en aceite y nos besábamos hasta parar el tiempo. Largas duchas en las que uno enjabonaba al otro con dulzura y cariño. Y besos, más besos, siempre besos.

Fue mucho lo que disfrutamos, mucho lo que nos quisimos y nos reímos. Ambos crecimos como persona al lado del otro, ambos conocimos la verdadera felicidad y el auténtico amor durante el tiempo que estuvimos juntos.

Es por eso, que él fue mi gran equivocación. Porque ese hombre de apariencia débil e insípida, era en realidad un caballero culto y con chispa. Una persona viajada y vivida con mucho que ofrecer que tan sólo estaba pasando una mala racha cuando nos conocimos. 

El siempre dijo que yo le había salvado la vida, que le había sacado de un laberinto del que no veía salida. Que nunca había sido tan féliz como cuando estuvo conmigo.

Lo que él nunca llegó a saber es que, en realidad, él había llegado a mi vida para rescatarme a mí.

Y, quizá, quién sabe...quizá el día que me toque cerrar los ojos de manera definiva lo haga pensando en nuestro lienzo y me encuentre pasando la eternidad besando a ese hombre maravilloso.

 

sábado, 28 de noviembre de 2020

El chico que me hablaba por Twitter

Eras el chico que me hablaba por Twitter, eras uno más en la lista. Y hoy, aquí, te pido que jamás dejes de follarme.

Aún me cuesta recuperarme del último orgasmo. No tanto por el clímax final, sino por lo intenso del largo momento que me llevó alcanzarlo. Años, hacía años que no lloraba de placer. Esa sensación imposible de describir que se acerca al misticismo  y que crea un nexo de unión inquebrantable de por vida con el hombre que me lo provoca.

Y, tú, eres ese hombre. 

Estamos empapados en sudor, siento la piel de mi cara tirante fruto de tu semen seco sobre ella. Mi habitación huele a sexo, se puede respirar la humedad de las sábanas de mi cama. Tu barba tiene restos de mi flujo, estamos despeinados y mi cara está congestionada tras la intensidad de varios orgasmos y mis mejillas están coloradas gracias a tus certeras bofetadas.

Esto, tesoro mío, esto que acabamos de vivir en las últimas dos horas, es sexo con mayúsculas. Entrega sin tabúes, sin fronteras, sin normas. La vergüenza, aparcada al otro lado de la puerta de mi cuarto. Tan solo un hombre y una mujer que, en una cama, son capaces de alcanzar la perfección a través del placer de las sensaciones.

Aún tengo clavados en mis ojos el precioso azul de los tuyos. Esa manera de mirarme, con la mezcla perfecta de ternura y vicio, no hizo más que intensificar la humedad de mi coño que, ansioso, recibía tus embestidas con infinita sed de más.

Yo, boca arriba y con mis piernas abiertas como nunca, haciendo de asideros para tus manos. Así mi coño tiene la capacidad de permitir que me penetres más profundo. Sentirte hasta el fondo, con toda la plenitud de tu polla dentro mío y tus huevos rebotando una y otra vez contra perineo. A veces, incluso, sufriendo un placentero dolor que me recordaba que soy tuya por entero.

Me encanta tu pecho, salpicado de un vello casi anecdótico. Morder tus pezones durante un ratito para después pasar a succionarlos con cuidado me vuelve loca. Y la forma en que reacciona tu cuerpo, con pequeños espasmos que acompañas de gemidos, se traducen en muestras de agradecimiento que me hacen muy feliz de provocar tu placer.

Cuando me follas así y mientras te miro obnubilada, me regalas decenas de ostias en mi cara complaciente. Adoro esa sensación de tensión, de no saber si lo que voy a recibir a cada momento es el dolor de una cruel bofetada o la ternura de una dulce caricia. Son muchas las veces que cierro los ojos cuando tu mano se acerca. Y es justo en ese momento cuando me siento niña, niña asustada esperando lo que no se merece pero desea.

Por eso, tras cada bofetada, te miro con ojos de entrega absoluta. Son segundos en los que moriría por ti, segundos en los que nada importa más en el mundo, porque mi mundo eres tú. Y deseo más, y me excito más. Y los orgasmos se suceden uno detrás de otro acompañados de sonoros gemidos y largas convulsiones que me dejan todo el cuerpo tensionado.

Y tú sonríes y no dejas de follarme. Sin piedad, sin cansancio. 

De cuando en cuando masturbas mi clítoris para intensificar aun más, si cabe, mi placer. Y nunca, nunca...dejas de mirarme. 

Sabes que me hace inmensamente feliz complacerte y es por eso que cuando acercas tu cara a la mía con tu boca cargada de deliciosa saliva, abro la mía para recibirla con toda su densidad y dulzura. Entonces la dejas caer despacio desde la altura y la observo como baja delicada conociendo su destino. Mi lengua la recibe ansiosa. Después, me besas muy húmedo jugando con nuestras babas y siento como tu polla palpita encantada dentro de mi coño.

Me encanta tocarte la barbita y pasar mis dedos por tus labios para sentir como me los lames con vicio.

Muchas veces, cuando mi orgasmo está cerca, aprieto fuerte tus hombros o tus brazos. No son pocas la veces que te clavo las uñas de manera inconsciente. Como tampoco lo son las que azoto tu culo mientras me corro mientras te lo anuncio a puro grito. Y eso, a ti, te encanta.

Hoy has decidido correrte sobre mi cara. Me gusta no tener ni idea de dónde acabará tu semen hasta el mismo momento en que tu polla explota de pura necesidad. Sentir el calor y la viscosidad de tu leche sobre mi faz, mientras el aroma a semen se adueña de mi nariz me provoca una sensación de trabajo bien hecho que me satisface a todos los niveles. 

Me encanta sentir y escuchar como te corres.....Eres tan expresivo o más que yo. Gritas, gimes, emites sonidos grotescos y bajas todos los santos que están de guardia en el cielo. Después y mientras tu leche sale desesperada de tu polla como buscando un destino mejor, te quedas parado y tenso como una piedra y dejas la estancia en el más bello de los silencios, mientras tu cara se torna en una expresión casi mística. 

Por ese momento, por vivir esos segundos casi celestiales a tu lado, vendería mi alma al mismo diablo.

Así que aquí y ahora te lo vuelvo a decir. Te suplico que nunca dejes de follarme y le agradezco a la vida que haya confabulado para que tú y yo llegásemos a conocernos.

Porque eras el chico que me hablaba por Twitter y, ahora, lo eres todo.




domingo, 8 de noviembre de 2020

Deseo

Te pido perdón. Ese día me fue imposible contener el deseo.

Sé que ahora, por mi culpa, te sientes culpable de haberle sido infiel a tu mujer. Pero te juro que nada hubiera podido evitarlo.

Cada día pasaba por delante de tu tienda y, cada día, buscaba con mi mirada tu presencia. En muchas ocasiones me has pillado. Al principio te mostrabas extrañado, después comenzaste a sentirte halagado y la sonrisa que me regalabas últimamente ha sido tu sentencia final.

Nunca me atreví a comprarte nada, temía balbucear y temblar si te tenía demasiado cerca. Si pensaba simplemente en el hecho de atravesar la puerta, mis manos comenzaban a sudar y el corazón se desbocaba dentro de mi pecho.

Son infinitos los orgasmos que me has regalado sin saberlo, tantas las veces que te he imaginado desnudo sobre mí, que a veces me despertaba dudando si sólo había sido un maravilloso y húmedo sueño o, por fin, habías sido ya mío.

Pero esa mañana....no sé qué ocurrió esa mañana. 

Te prometo que no tenía nada planeado. Es más, estoy segura de que si no llega a ocurrir de ese modo, jamás hubiera ocurrido de ningún otro.

Cuando llegué a la altura de tu local y miré hacia dentro, nuestros ojos se encontraron en un instante. Pareciera que tú me estabas esperando. Entonces.....entré. No recuerdo cómo, pienso que fue el deseo que me atrajo hacia ti de manera irrefrenable.

Tú no te resististe. Me miraste fijamente mientras yo caminaba entre tus casacas y mandiles de alegres colores directa a tu boca. Cuando llegué frente a ti, te besé. Y tu me respondiste con tu lengua ardiente y hambrienta.

Cuando ambos saciamos nuestra sed inicial separé mi cara de la tuya y te miré, por primera vez, de cerca. Eres aun más guapo en las distancias cortas y hueles muy varonil. Eso hizo que perdiera, aun más si cabe, la cabeza.

Creo que en ese momento seguía siendo un autómata que tan sólo respondía a las órdenes del deseo, el más puro y visceral deseo. El deseo por sentirte, porque me sintieras; el deseo de hacerte mío durante unos minutos y para siempre. 

-"Fóllame, te pido por favor que me folles. Te deseo".

Durante unos segundos te quedaste inmóvil, como petrificado. Yo me asusté. En ese momento desperté del estado casi hipnótico en el que me encontraba y comencé a temblar avergonzada.

Entonces comenzaste a desandar mis pasos y te dirigiste a la puerta de tu tienda. Cerraste, echaste la llave y volviste junto a mí. Creí que me desmayaba.

Me cogiste de la mano, sin dejar de sonreír ni un instante y me llevaste a la parte de atrás del local. 

Mi corazón parecía salirse de mi pecho y mi coño palpitaba mojado como pocas veces.

Fue entonces cuando comenzaste a besarme salvaje, pareciera que tú también llevases tiempo deseando ese encuentro. Tus manos parecían tener vida propia y recorrían todo mi cuerpo como queriendo reconocerlo en braile. Yo no pude evitar llevar las mías a tu culo, pienso ahora que fue un modo de sentir que estaba viviendo una realidad y no era otro de mis sueños.

Comenzaste a desnudarme con premura, me gustó que tú llevaras las riendas. En pocos segundos me dejaste desnuda a tu entera disposición.

Entonces volviste a coger mi mano y me llevaste junto a una mesa para después subirme sobre ella. Estaba fría y llena de papeles. De dos manotazos te deshiciste de todo lanzándolo al suelo.

Tu boca volvió al encuentro de la mía y, tras unos besos llenos de saliva y calor, comenzaste a bajar por mi pecho. No soy capaz de recordar el modo en que lamías mis tetas y mordías mis pezones sin sentir un escalofrío que me recorre entera. Yo te miraba obnubilada mientras jadeaba de placer y tocaba tu pelo.

De cuando en cuando me mirabas y yo sentía que me derretía. 

Seguiste bajando con tu lengua, recorriendo un camino de saliva por mi barriga hasta llegar a mi ombligo. Entonces separaste mis piernas y se abrió ante ti mi coño. Yo temblaba y jadeaba. Tú sonreías y mirabas con placer el bocado que estabas a punto de comerte.

Entonces te pusiste de rodillas. Imposible olvidar la primera sensación del calor de tu boca sobre mi clítoris, el modo en que abriste mis labios con tus dedos para llegar con más facilidad a él. En ese momento escuchaste mi primer grito.

No sé los minutos que pudiste pasar dándome placer con tu lengua, pero llegó un momento en que volviste a levantarte. Entonces te quitaste el jersey que llevabas, desabrochaste el cinturón y soltaste los botones de tu vaquero para dejarlo caer libre sobre tus piernas. Lo siguiente fueron tus boxer.

Yo, que seguía alucinada con lo que estaba viviendo, pude ver una polla pequeña pero bien dura, con el vello oscuro como el tono de tu piel. Me resultó deliciosa y perfecta.

Como no, con otra sonrisa y esa mirada que me tenía eclipsada volviste a tomarme de las manos para ayudarme a bajar de la mesa y colocarme al revés apoyada sobre ella. 

Yo, con los brazos extendidos, sintiendo el calor que había dejado mi cuerpo, notaba como mi coño palpitaba por las ganas de ti. 

Comenzaste por besar mi espalda mientras acariciabas mi pelo de manera un tanto ruda. Poco a poco comenzarte a dibujar otro camino de saliva que, cuando se acercó a mi culo, hizo que soltara el segundo grito. 

Entonces el calor estaba ya en mi ano, la humedad de tu saliva activó el mecanismo de dilatación que me vuelve loca. De repente, un dedo. Tercer grito. Ahora me doy cuenta de que estabas comprobando si mi culo estaba dispuesto para tu polla.

Y, si, lo estaba. Toda yo lo estaba.

Cuando estaba embriagada del placer de tu dedo en mi ano, me sorprendiste con una certera embestida en mi coño. Así imposible no correrse casi de inmediato. Mis gemidos y los tuyos se entremezclaban sin orden ni concierto y tu otra mano asida a mi cadera me encantó y acrecentó el placer que me estabas regalando. 

Tres orgasmos. 

Aún me estaba recuperando del último cuando sacaste la polla de mi coño y, sin pausa, sacaste el dedo para dejarla el sitio. El cambio de volumen me volvió loca y grité una vez más. 

Entonces fueron dos las manos que sujetaban mis caderas y tus embestidas se volvieron más salvajes y ansiosas. 

Sentí mucho placer, mucho. Cuando escuché diferencias en el sonido de tus gemidos y aumentaste el ritmo de tus caderas, supe que tu orgasmo estaba cerca. De repente, te quedaste parado y de tu boca solo salían sonidos guturales.

Palpitaciones, espasmos, leche entrando en mi culo a pequeños borbotones, orgasmo. 

Éxtasis.

Durante segundos te dejaste caer sobre mi espalda y pude sentir el sudor de tu pecho.

Te separaste de mi y me ayudaste a darme la vuelta. Con tu eterna sonrisa me indicaste dónde tenías un baño. 

Satisfecha y muerta de la vergüenza recuperé mi ropa y entré para asearme.

No me vi capaz de volver a mirarte a la cara cuando hube acabado. No me podía creer lo que había ocurrido.

Estaba a punto de atravesar la puerta de tu tienda cuando me dijiste "¿Pero qué he hecho? Mi mujer me mata" Levanté los ojos temerosa y te vi sonreír mientras te atusabas el pelo. 

No he vuelto a pasar por delante de tu local, todavía no me veo capaz. Será el tiempo el que me dé la valentía para volver a hacerlo.

Vuelvo a pedirte perdón. Te prometo que no fui yo sino el deseo.



martes, 18 de agosto de 2020

Torimbia

Y, contigo, volví a Torimbia. 

Playa paradisíaca ubicada en la costa asturiana, en Llanes, el precioso pueblo en el que veraneo desde hace años. 

Es un playa denominada nudista pero en la que comparten en paz, armonía y respeto el arenal tanto textiles como personas que disfrutan de broncear sus cuerpos desnudos.

Cierto es que yo  no tengo especial predilección por tomar el sol desnuda y, dado que para llegar a ella debes caminar un buen rato, me decanto por otras playas igual de maravillosas que tiene mi preciosa Asturias en la costa oriental.

Pero a ti te gusta sentir el agua del cantábrico sobre tu piel desnuda, disfrutar de la libertad que gozan tu polla y tus huevos flotando en el mar. Por eso, me pediste que te acompañara. Y, yo, que no puedo negarte nada porque contigo iría hasta el mismo infierno, accedí.

El día no estaba soleado, pero hacía muy buena temperatura. El mar estaba precioso y calmado. La bandera ondeaba verde. Desde la ladera donde se aparcan los coches se puede ver toda la playa en su inmesidad y las vistas son espectaculares. 

Bajamos cogidos de la mano y charlando animosos. Siempre tenemos algo de lo que hablar, nos encanta contarnos mil cosas y reírnos juntos. 

La playa es muy larga y, justo en su parte izquierda, posee una pequeña calita a la que se accede bien por la arena si la mar no está muy alta o bien por un camino que nace desde el principal. Decidimos que ese sería nuestro destino.

Al llegar nos encontramos a unas ocho personas, algunas vestidas y otras desnudas. Ambiente tranquilo y relajado. Un chico desnudo, apoyado de pie sobre un roca, nos observaba sin más intención que la que te lleva a fijarte en alguien nuevo que llega al lugar en el que estás. La que parecía su chica, estaba tumbada en la toalla a su lado, aun vestida. Tiempo después se despojaría de su bañador para tomar el sol con toda su piel al aire.

Ahora me doy cuenta de que, a pesar de no frecuentar playas nudistas, me encuentro cómoda en ellas. Y, claro, en los ambientes liberales el desnudo es algo natural y bien visto. Nadie se siente molesto ni intenta disimular que  no mira cuando le gusta otro cuerpo o, simplemente, porque hay algo que le llama en un momento determinado la atención. Exactamente como hace el resto de la humanidad cuando está vestida, despojándonos de los tabúes, del qué dirán y la vergüenza ante lo natural.

Es cierto que ese día me ocurrió lo mismo que me pasa en los vestuarios del centro deportivo al que acudo, me llama la atención ver los genitales con pelo. Para mí es algo peculiar y me resulta muy llamativo. El mundo al revés....

No me dió tiempo a colocar mi bolsa de playa sobre una roca cuando tu ya estabas desnudo, parecías ansioso por sentirte en plena libertad. En cuanto te ví, te copié. 

Entre todas tus peculiaridades tienes una que sobresale sobre el resto y es que eres un "culo inquieto" y no tardaste ni un minuto en encaminarte hacia el agua. Por supuesto, te seguí. Al fin del mundo te seguiría....

Nos costó entrar. El agua del cantábrico no es acojedora en los primeros minutos. Pero, después, reconozco que tenía una temperatura ideal. El agua acariciaba mi cuerpo y lo envolvía de salitre y paz. Nadamos un buen rato juntos y nos acercamos a varias rocas del pedrero para observar las llámparas, bígaros y demás bichitos moradores.

Por supuesto, hicimos mil paradas para besarnos y abrazarnos, el roce de tu cuerpo contra el mío, sientiendo tu calor en mí, me resultó maravillosamente exitante y placentero.

Me reí mucho al verte sumergirte, pues me regalabas la divertida visión de tu culo y perineo en pompa mientras comenzabas tu picado hacia abajo.

Eres un hombre tan guapo y masculino, con un cuerpo tan equilibrado y estético y con esa carita tan linda, que no puedo más que derretirme cuando estoy a tu lado.

De repente, descubrimos que había otra calita más. Esta ya sin playa, apenas un par de metros de larga por medio de profundidad con suelo de piedras. Era preciosa y resultaba bastante apartada del resto de la playa, aunque bastante cercana. De camino a ella nos acercamos a una cueva que llamó nuestra atención y allí paramos a besarnos. 

Fue ahí donde te pregunté cómo sería follar en el mar. Tu polla reaccionó al instante. Eso me encanta.

Me subiste a horcajadas, pues hacíamos pie, y, no con cierto esfuerzo por la fricción del agua (pues sí, hace más dificultosa la penetración, cosa que jamás hubiera pensado) introdujiste tu dura polla en mi deseoso coño.

Y, así, abrazados y follando, mirando la amplitud del mar y sientiéndonos libres una vez más, alcancé un orgasmo precioso y delicado, de esos que logras cuando haces el amor. He vivido mil experiencias de todo tipo, pero digo sin ningun pudor, que esta fue la más bonita e intensa que podré recordar.

Vimos una roca asomando a la orilla de la cala y se nos ocurrió que podía ser buena idea que yo me apoyara sobre ella y te ofreciera mi coño para que me penetraras desde atrás. Y así lo hicimos. Con el agua ya por las rodillas y mi coño lubricado por mi primer orgasmo, esta vez la penetración fue más sencilla y placentera y te sentí disfrutar mientras yo me mordía la lengua para no gritar y obervaba un barco navegar en el horizonte. 

Por poco no llegamos a corrernos juntos, lo hicimos casi a la vez. Sentir tu leche dentro del coño, notando como entra a borbotones es algo que me vuelve loca.

Después, se me ocurrió la genial idea de empujar para ver salir su leche a través del mar. Nunca limpiarse después de tener sexo fue tan fácil.

El mar nos meció durante un rato mientras relajábamos nuestros músculos y nos quedamos callados unos minutos tan sólo disfrutando y obervando todo lo que teníamos alrededor. Belleza pura, pura paz y felicidad.

Salimos, relajados y satisfechos para dejar secar nuestros cuerpos desnudos al aire.

A ti, "culo inquieto", te apeteció que nos fuéramos a tomar unas cervezas, así que nos vestimos y desandamos el camino hecho. El resto del día lo pasamos juntos por el maravilloso LLanes comiéndonos a besos y muriéndonos de la risa. No hay mejor plan para un día de verano. No hay mejor plan que pasar el día a tu lado.




lunes, 17 de agosto de 2020

La última vez que follamos

La última vez que follamos no imaginé que sería la última. 

Esa noche nos disfrutamos como cada vez, regalándonos orgasmos bañados de vicio y entrega. Ya para siempre recordaré cómo estaba vestida tu cama, la música que sonaba en la habitación y la tenúe luz que nos ofrecían tus lamparillas de noche.

Tú, como siempre, olías a recién duchado y tu piel lucía suave y sin un pelo, como a ti te gustaba recibirme: siempre impecablemente depilado.

Cuando te ví, no pude evitar mojarme. Cuando abriste la puerta de tu casa, con una de esas camisetas viejas que utilizas para andar por casa y los boxer negros que tan bien te quedan, me abalancé a tu boca para comérmela entera. Ya sabes que me excita sobremanera tener que ponerme de puntillas para llegar hasta ella. 

Me abrazaste fuerte y me sentí en casa. Sin apenas esfuerzo me subiste a tus caderas y así, con mis brazos sobre tus hombros y mis piernas alrededor de tu culo, me llevasta a tu cama sin dejar de besarme ni un segundo.

Me encantaba cómo me desnudabas; cuando con las manos, cuando con la boca....El tanga lo dejaste para el final, gozabas de comerme el coño un buen rato mientras lo apartabas con los dedos. Si las busco, seguro que encuentro las fotos que me hiciste así: con los labios asomando a un lado de la puntilla negra. 

Grité como las locas, pues siempre me has dado esa libertad bajo la frase "que se jodan los vecinos y se maten a pajas si les hace falta" que siempre me decías cuando yo intentaba contenerme. "Grita preciosa, grita mientras me regalas tus orgasmos. Me encanta escucharte gritar de placer."

Cuando ya me había corrido un par de veces gracias a la acción implacable de tu lengua sobre mí erecto clítoris y tu barba estaba ya empapada de mis líquidos y tu pelo despeinado por mis manos, separaste tu cara de mi coño y me miraste como sólo tu sabes hacerlo, entonces comprendí que algo bueno venía después.

Eras un maestro follándome la boca. Cogida por debajo de los hombros me arrastraste sobre la cama para llevar mi cabeza hasta fuera de ella, dejándola colgada boca arriba. Yo, sumisa, abrí la boca a la espera. Entonces, me diste un delicado beso en la frente para, acto seguido, sacarte la polla del boxer y metérmela con fuerza hasta el fondo de mi garganta. Supe que habías llegado al final cuando tus huevos quedaron reposando sobre mis ojos.

Tal y como nos gusta a ambos, comenzaste a mover con fuerza tus caderas mientras sujetabas mi cabeza con tus manos, provocándome unas embestidas que me dejaron sin respiración. Esa sensación de plenitud me excitaba de tal modo que llegaba a perder la noción del tiempo, solo deseaba sentirme a tu merced, dejaba de ser yo para ser sólo tuya.

Cuando llegó la hora de correrte, lo hiciste en mi garganta sin avisarme y sin piedad y no sacaste tu hinchada polla de mi boca hasta que hubiste vaciado la última gota de tu semen caliente y espeso. Tragué tu regalo obediente y necesité de unos minutos para recobrar el aliento. Mientras tanto, tu incorporaste mi cabeza sobre la cama y acariciaste mi pelo con esa carita de satisfacción que me encantaba contemplar.

Volvimos a besarnos y lo hicimos durante un buen rato, mientras nos metíamos mano mutuamente. Yo siempre he gozado de manosearte el culo y tu disfrutabas mucho peñizcando mis pezones. No tardaste demasiado en volver a estar duro y mi mano no pudo evitar pasar por tu polla a comprobarlo.

Así estuvimos varios minutos, masturbándonos mutuamente. Yo no puede evitar tener otro orgasmo.

Y tú, aprovechando la humedad de mi corrida, te subiste sobre mi para clavarme la polla en mi coño aun palpitante y dilatado. Comenzaste suave, con movimientos tranquilos mientras tu boca me besaba el cuello. Pero, poco a poco, fuiste subiendo el ritmo y la intesindad para acabar empujando fuerte y rápido. Tu cadera se apretaba contra la mía y mi placer aumentaba con cada embestida. Comencé a gritar de nuevo, es algo que me resulta inevitable cuando siento tanto placer. Uno, dos, tres....ya no recuerdo los orgasmos que alcancé antes de que llegara el tuyo.

Entre uno y otro yo abría la boca pidiedo tu saliva, la misma que tu dejabas caer despacio desde la tuya. Eso y ver tu frente brillar por el calor y el esfuerzo me ponía muy cachonda y tu lo sabías.

En ese momento no podía ni imaginar que esa sería la última vez que iba a ser tuya, de haberlo sabido, te hubiera apretado aún más fuerte contra mí. Todos los recuerdos que guardo me parecen pocos para todo lo que me hiciste sentir y lo bien que lo pasamos juntos durante todos los meses que compartimos tan buen sexo. No sé el motivo por el que decidiste que no volverías a follarme, nunca me lo dijiste. Como tantas otras veces, aprenderé a vivir con la duda. En esta vida hay muchas cosas a las que es mejor no buscarles el sentido, porque no siempre lo tienen.

Me avisaste de que te corrías y me informaste de que me ibas a llenar el coño con tu leche. Entonces tu cara cambió por completo, todos tus músculos se tensaron y tu mirada se quedo fija en mis ojos. Ahora me doy cuenta de que ahí, en ese justo momento, comenzaste a despedirte.

Tal y como era tradición, cuando saliste de mí yo empujé fuerte para expulsar tu corrida de mi coño y tu la recogiste con tus dedos para untarla sobre mi clítoris y masturbarme con ella. Ese día también aprovechaste para humedecer mi culo y penetrarme con dos dedos. No necesito decir que el orgasmo resultó brutal.

No sé si formaba parte de la ceremonia de despedida o tan sólo se te ocurrió al ver mi culo dilatado pero me mandaste colocarme a cuatro y me clavaste la polla sin piedad en él. Me llamó la atención lo rápido que te corriste, apenas me dió tiempo a disfrutarlo. Después, tu te mantuviste callado y asido a mis caderas hasta que tu polla se volvió flaccida y decidiste salir de mí. Esa fue la última vez que te sentí dentro y mantengo vivo el recuerdo de tu polla palpitando y la sensación de vacío cuando la sacaste para siempre de este cuerpo que siempre te deseo.

Ya exhaustos, nos acostamos uno junto al otro sobre la cama y hablamos de temas banales hasta que el reloj nos avisó sin piedad de que había llegado la hora de despedirse, ahora sé que para siempre.

Tras la ducha rápida y los cientos de besos que te dí hasta la puerta, salí de tu casa con una sonrisa de oreja a oreja y un "hasta la próxima" ignorando que eso ya no ocurriría.

La última vez que follamos fue maravilloso y con eso me quiero quedar.


 

 

lunes, 13 de abril de 2020

Toc toc

Oro, te llamé oro.

Parecías único, muy diferente a lo que yo había conocido. 

Me equivoqué, otra vez.

Fueron meses de conversaciones. Las primeras, muy tirantes. Yo no quería seguirte la corriente, sabes bien que no me gusta hablar de sexo en chats privados. Pero a ti te gustaba picarme, hacerme rabiar. No sé por qué, nunca te bloqueé, no quería dejar de tenerte ahí, entre mis contactos.

Un día, decidiste cambiar el rumbo y comenzaste a hablarle a la persona, hablarme a mí. Ahí comenzaron a cambiar las cosas. 
Empecé a fijarme en tus fotos, a releer nuestras conversaciones, a interesarme por lo que me contabas. Y, entonces, me di cuenta de que me resultabas tremendamente atractivo. Por dentro y por fuera.

Con una soberbia inteligencia emocional y una gran capacidad de análisis psicológico, dibujaste mi personalidad como si me conocieras de siempre, como si hubieras estado en mi cerebro toda mi vida.
Me dejaste impactada, aún hoy lo estoy. 

Tu, hombre muy seguro de si mismo pero con muchos puntos débiles, te abriste a mí como en una atopsia; dejaste que te viera por dentro. Todo, hasta lo más feo. Y yo supe valorarlo.

Te hice daño varias veces, ya conoces mi carácter. Y nunca tuviste reparo en decírmelo. Entonces, tras varios días enfadados, uno de los dos reconocía que nos echábamos de menos. 
Entonces yo me prometía a mí misma que intentaría cambiar por ti. Y juro que lo intenté, al menos en ese sentido.

Si pasaban horas sin hablar, nos echábamos de menos. A ambos nos gustaba saber qué estaba haciendo el otro o cómo se encontraba.

Nunca nos mandamos foto de cara. Yo, incluso, te mandé la primera de cuerpo mucho tiempo después de comenzar a hablar. 
Te gustaron, sobretodo, mis manos.

Llegó el día en que comenzamos a planear vernos en persona y organizamos una cita a ciegas. Pasó mucho tiempo hasta que conseguimos compaginar nuestras agendas.

Fue una mañana, en una cafetería del centro. Yo llegué antes y tu me confesaste que verme allí sentada, esperándote, te devolvió toda la calma que habías perdido camino a nuestro encuentro, donde las desconfianzas y los miedos comenzaron a apoderarse de ti. 

Fue un encuentro genial, casi perfecto. Nos gustamos. Yo me sorprendí, pues el hombre que tenía enfrente nada tenía que ver con lo que había imaginado todo el tiempo atrás. Eras mejor, aun mejor de lo imaginado.
Creo que tu también te sorprendiste para bien, lo sé porque lo noté en tu expresión, tu elocuencia y lo natural que te mostraste conmigo desde el principio.
El hecho de que, a los cinco minutos de despedirnos, me escribieras pidiéndome una nueva cita, también tuvo mucho que ver.

En efecto, volvimos a vernos al siguiente día. Ambos estábamos hambrientos de más. Necesitábamos volver a sentir lo que conocimos la primera mañana. Y, por suerte, así fue.

Cafés con mini magdalenas, zumos de naranja al lado de un ordenador de trabajo en la mesa de una cafetería. Gafas, risas, tirantes y pantalones apretados. Cafeterías chulísimas que invitan a la charla y la intimidad....Y sobretodo eso, charlas maravillosas de esas que te peinan el alma, de las que dejan un gran sabor de espíritu y te invitan a reflexionar. Algunas, hablando con dureza de la realidad, otras más distendidas bañadas en risas.

Promesas de viajes de dos horas en autocaravana, a lugares cercanos a la par que maravillosos. Planes de jacuzzi en spa urbanos y mil escapadas diferentes a lo que me tenían acostumbrada. Nunca, nada, se hizo realidad. 

Visitas divertidas a tiendas de decoración con el simple fin de vernos los culos en movimiento. Risas, sobretodo risas y complicidad.

Nos encantaba nuestra tensión sexual no resuelta, tu "no ser capaz" y mi negación a tener sexo contigo.
Eso nos volvía locos y nos motivaba.

Deseábamos besarnos, pero nunca llegamos a hacerlo. Ese sufrimiento nos encantaba; yo porque soy una romántica pura y tú porque nunca fuiste capaz de ser infiel.

Pero nos gustábamos, vaya si nos gustábamos! Nuestra atracción estaba por encima de convencionalismos, no necesitábamos más para sentirnos atraídos el uno por el otro.

Pero, un día, te convertiste en uno más. Decidiste desaparecer y lo hiciste. Una despedida que parecía una simple reflexión en voz alta, un golpe en la mesa donde yo tenía perfectamente colocada mi torre de naipes y que hiciste caer. Torres más altas han caído, si, pero esta parecía bien cimentada con la verdad y con todas nuestras cartas sobre la mesa.

El oro se convirtió en vulgar chapado, las promesas se fueron como el humo de un cigarro, la amistad se rompió en mil pedazos y mi ilusión.....mi ilusión volvió a resquebrajarse.

¿Qué si me dolió? Claro que lo hizo, cómo no? Siempre duele.

Confieso que de ti no lo esperaba. Pero los años parecen no haberme enseñado nada y, aún hoy, soy incapaz de distinguir.

Por suerte, he desarrollado la fórmula secreta de la pomada para mis heridas. Antes, me las lamía mientras lloraba enfadada por mi maldita mala suerte. Ahora, tan sólo me las curo con paciencia, esperando a que el tiempo haga el resto del trabajo. 
Ya ves, una nueva cicatriz que algún día me recordará que viví en una eterna guerra por culpa de mi búsqueda de la paz.

Al tiempo, volviste a llamar a mi puerta. Con sabias palabras que siempre resultan. Palabras peligrosas que vienen acompañadas de una venda, venda con la que deseas no ver más allá. Y esa venda no puede hacer más que quemarte los ojos y el alma. Porque esa venda, te regala una falsa ilusión, la idea equivocada de que una nueva oportunidad está a la vuelta de la esquina. Mentira, ilusión envenenada. 
Por algún extraño motivo, ese día yo me encontraba fuerte y lúcida  y tuve la suficiente capacidad para darte viento fresco. Tuve palabras duras contigo, te expuse mis razones.
Eres muy inteligente, supiste entenderlo.

Pero, hoy, me doy cuenta de que no puedo olvidarte. Que vuelves a mi cabeza como un sonido que se repite, como el tic tac del reloj que te recuerda que el tiempo pasa y se pierde. 
Y, yo, que me prometí no volver a caer en este tipo de relación tóxica, vuelvo una vez más a traicionarme. Porque no hay cosa que más me guste que eso, traicionarme.

Soy yo la que, ahora, llama a tu puerta. Y, aquí estoy, esperando tu respuesta.

jueves, 2 de abril de 2020

Noche de vino y rosas

Fue una noche peculiar aquella. Como ocurre tantas veces, yo salí con la idea de regresar temprano y, sin embargo, vi amanecer desde la calle de regreso a mi casa.

Habíamos quedado ya un par de veces, café de por medio. Ambos nos gustábamos y fuimos comprobando que nos sentíamos muy a gusto mientras charlábamos de mil tonterías.

Ese viernes yo no tenía plan para la noche y su llamada llamó mi atención. Cierto es que no me lo esperaba y la idea quedar con él me pareció fantástica y me alegró el resto del día.

Quedamos en una vinatería del centro de la ciudad y ambos aparecimos puntuales, perfectamente arreglados y sonrientes. Nos saludamos con dos besos quizá algo tímidos, pero muy cálidos y cercanos.

En ningún momento hablamos de sexo; sin embargo, éste rezumaba en cada mirada y en cada gesto.

Cada vez lo veía más simpático, más guapo, más elegante y maravilloso. No puede evitar imaginármelo desnudo.

El vino se encargó de embriagar mis ganas, que iban en aumento a medida que le miraba la boca mientras me hablaba. Se me antojaba deliciosa, con sus labios carnosos y sus dientes perlados. 

Cada vez que sonreía mis bragas se mojaban y, con cada copa, no podía evitar acercarme a él un poco más.

Cuando quisimos darnos cuenta, llevábamos tres horas de charla y varios vinos y no habíamos comido nada, así que decidimos irnos a picar algo para no castigar a nuestros estómagos.

Tras la cena, decidimos tomarnos unos digestivos en un local tranquilo de acogedores sofás y luz tenue. Sin embargo, la música nos obligaba a hablarnos al oído, lo cual nos vino genial para estar más pegados. Cada vez que se acercaba a mí oreja, un escalofrío recorría mi cuerpo hasta erizar mis pezones, sintiendo el calor de su aliento y el maravilloso olor de su perfume. 

El alcohol me desinhibe y, cuando me pongo cachonda, las maldades se agolpan en mi cabeza haciéndome perder el sentido. La vergüenza pasa a un segundo plano y sólo me mueve el deseo y la diversión.

Me levanté para ir al baño y, cuando regresé, me senté de nuevo a su lado. Me acerqué a su oído y le pedí que extendiera la palma de la mano. Me miro sorprendido y obedeció divertido.

Sobre ella, puse mis braguitas negras de encaje y vi como le cambiaba el gesto. 

Le mandé que las oliera y lo hizo. Yo cada vez estaba más cachonda, creo firmemente que él también.

"Están así por tu culpa" le susurré.

Entonces se lanzó a mi boca, regalándome un beso lascivo y entregado. Me subí sobre él a horcajadas y pude sentir la dureza de su polla. 

"Llevo deseándote toda la noche, me tienes loco" me dijo. "Pues no perdamos ni un minuto" le respondí.

Salimos apurados sin saber ni siquiera a dónde. Nos metimos en un taxi y, ya dentro, me invitó a su casa. Pasamos el trayecto besándonos y riéndonos, muertos de las ganas por probarnos.

Al llegar a su portal se me ocurrió la genial idea de desnudarme mientras esperábamos el ascensor. Y así lo hice. Él me miraba entre alucinado e impactado, pero su sonrisa me decía que estaba encantado con mi locura.

Una vez dentro del ascensor se arrodilló y comenzó a comerme el coño mientras yo contemplaba la escena a través del espejo. Pena que vive en un quinto y no me dio tiempo a regalarle mi primer orgasmo. Pero de allí salí aun más perra si cabe. 

Le cogió gusto a hacer locuras y me siguió el juego, así que al salir a su descansillo decidió que me iba a follar ahí mismo. Me empujó contra la pared y se desabrochó la bragueta mientras me besaba con pasión con su boca con sabor a mi coño. Entonces me dio la vuelta, tiró de mi cadera contra él para poner mi culo en pompa y me cogió de los brazos para apoyarlos sobre la pared. 

Con cierta dificultad, imagino que por el efecto del alcohol, acabó por penetrarme. Se me escapó un grito y el tapó mi boca divertido. Después me di cuenta de que compartía pasillo con otros tres vecinos.

Apoyó sus manos sobre las mías y comenzó a follarme. Mi primer orgasmo no tardó en llegar, eran muchas las ganas acumuladas. Esta vez me reprimí las ganas de gritar y me mordí los labios mientras me corría.

Entonces me di la vuelta y me agaché para comerle la polla. En ese momento pude comprobar cómo era: su tamaño no era destacable y su grosor estaba en la media, pero era sabrosa y se mantenía bien dura. Sus huevos, apretados y suaves, sin rastro de un pelo.

Como es lógico, él también había acumulado las ganas y no pudo evitar correrse, para cuando quiso avisarme yo ya tenía su leche caliente en mi boca, así que me la tragué disciplente.

Me ayudó a ponerme en pie, cosa que nos llevó un tiempo y bastantes risas, el equilibrio brillaba por su ausencia.

Cuando consiguió meter la llave en la puerta y yo hube recogido toda mi ropa del suelo, entramos en su cálida casa. Agradecí el calor de la estancia y la comodidad de su cama.

Ahí seguimos besándonos hasta acabar en un maravilloso 69 que me regaló otro orgasmo. Esta vez le tocó a él comerse mi corrida, que aceptó encantado.

Fue entonces cuando me subí sobre él y comencé a cabalgarle. En ese momento puede fijarme en que tenía un cuerpo precioso a juego con su fantástica sonrisa. 

Comenzó a tocarme las tetas con lascivia y me maravilló con sus caras de placer mientras yo me movía, ansiosa por un nuevo orgasmo, sobre él.

Cuando este me llegó, no me corté en gritar y gemir como a mi me gusta y me sentí liberada.

Me dijo, entonces, que me iba a follar en la postura que más loco le volvía y me pidió que me pusiera a cuatro al borde de la cama. Así lo hice. Esta vez con más atino, metió su polla en mi coño ya dilatado y comenzó a follarme. Fue entonces cuando me llevó directa al paraíso, justo en el instante en que sentí su dedo dentro de mi culo, eso desató mi locura. Mis gemidos aceleraron su excitación y acabó por correrse dentro mío, casi al unísono conmigo.

Cuando levanté la vista y vi la hora, casi me da un algo. Eran ya las seis de la mañana. Con todo el dolor de mi corazón y el cansancio de mi cuerpo, me di una ducha, me vestí como pude y me fui a mi casa. Mis bragas se las dejé de regalo, de todos modos no sabía ni dónde las tenía.

Le dejé en la cama, sexy y cansado. Le prometí repetir y pienso cumplirlo. Eso sí, no sé cuando....




martes, 31 de marzo de 2020

Aislamiento

Las ganas se arremolinan en mi coño, por más que me masturbo no se me quita el deseo por ti. Echo de menos sentirte dentro, echo de menos regalarte mis orgasmos y recibir tu leche tras escucharte gemir y temblar de placer.

Nunca fue tan duro vivir esta ausencia, no estoy acostumbrada a esta falta de ti.

Sueño cada noche que me recorres entera con tu lengua, mientras me retuerzo de placer sintiendo la humedad de tu saliva. Sigo manteniendo mi coño depilado, como una muñeca, como a ti te gusta. Es mi tributo para ti.

No imaginas como echo de menos correrme en tu boca, sintiendo como después me dejas bien limpia y dilatada para penetrarme. Visualizo mil veces el modo en que abres mis piernas para, después, adentrar tu cabeza entre ellas. Imagino el modo en que levantas mis caderas para lamer mi culo, siempre dispuesto por si deseas usarlo.

Esa forma tuya de mirarme mientras haces rápidos círculos con tu lengua sobre mi clítoris, o me lames a grandes lengüetazos lento y pausado. Adoro cogerte del pelo mientras apoyas tus manos sobre mi estómago, subiendo de vez en cuando a peñizcarme un pezón. 
Adoro observarte mientras lo haces, tumbado boca abajo sobre la cama con ese armonioso cuerpo tuyo, con tu culo destacando como protagonista de todo el conjunto.

No veo el momento de volver a comerte tu deliciosa polla, siempre dura cuando estás a mi lado. Me encanta provocarte espasmos cuando succiono tu glande a la vez que juego con mi lengua sobre él. Es tanto el placer que sientes que no soportas la intensidad y necesitas apartarla de mi boca. 
Entonces paso a saborear tus huevos, siempre suaves. Meto mi lengua bien dura entre ellos y los masajeo con ternura. Me vuelve loca tenerlos dentro de mi boca, enteros y bien duros mientras chocan entre ellos en un delicioso juego.

Quiero volver a sentir, cuando ya no puedes contenerte más por penetrarme, como me metes la polla disfrutando el calor de mi coño deseoso y palpitante. Muero por esa manera tuya de comenzar a moverte sobre mí, despacio y sin pausa. Las mil formas en que me follas, cambiando cada vez que me llevas a un orgasmo. 

Gritar, necesito gritar mientras me corro. Apretar fuerte tu cuello cada vez  y sentir como me sujetas cuando comienzo a convulsionar en cada orgasmo. Quiero que los vecinos vuelvan a comprobar el placer que me das mientras escuchan tu nombre salir de mi boca.

Imagino el momento en que me mandas que me suba sobre ti y que te cabalgue para, mientras, clavar tus ojos en los míos mientras lo hago. Nada me apetece más que correrme mientras retuerces mis pezones hasta provocarme dolor. Sabes que eso me vuelve a un más perra y te cabalgo con más ganas, con más fuerza. Son inmensas las ganas de sentir como mi corrida arrolla por tus huevos.

Es maravilloso cuando decides correrte dentro mía mientras me follas a cuatro, cogiéndome fuerte por las caderas y tirando de mi pelo mientras lo haces. Mi cabeza echada hacia atrás, mis gemidos al sentir tu polla hasta el fondo de mi coño y mis súplicas pidiéndote más y  más, te llevan a un orgasmo infinito mientras yo noto como entra tu leche, entre pálpitos y calor a presión.

Necesito que todo esto termine, necesito tenerte aquí conmigo. Tus besos, tus abrazos y la manera en que te ríes con mis tonterías. Pasará, se qué pasará y todo será un mal sueño. 

Si de algo me esta sirviendo este mal sueño es para comprobar que mi deseo por ti es más fuerte que cualquier contratiempo y que la distancia y el tiempo no hacen más que acrecentarlo.

Pronto, seguro que pronto podremos tenernos de nuevo.

martes, 3 de marzo de 2020

Hombre tímido

Tú, hombre tímido, me gustas.

Tu manera de ser, tu forma de marcar las distancias, tu inseguridad disfrazada de frialdad, la manera en que te muerdes los labios cuando te quedas pensativo, el modo en que cruzas los brazos cuando hablas y tus mejillas sonrojadas cuando te clavo la mirada, me gustan.

Hombre sin apenas experiencia en el sexo, nada más allá del que pùede proporcionarte una pareja convencional sin demasiadas expectativas en el placer carnal. Con eso te conformabas, hasta ahora. Te conformabas porque nunca fuiste capaz de imaginar que una mujer como yo podría llegar a tu vida. Y eso, te asusta. Te asusta porque, de repente, deseas probar otras cosas, vivir situaciones antes imposibles para ti y que ahora yo te ofrezco.

Por eso, una y otra vez, me huyes. Pero nunca te vas demasiado lejos. Siempre estás ahí agazapado, en la sombra, mirando mis fotos y acudiendo de manera frecuente a mis perfiles.
De cuando en cuando y de manera sutil, te haces notar, para recordarme que por aquí sigues. Y yo, que no soy tonta y que te deseo, respondo con avidez a tus llamadas de atención.

Así transcurren los meses, con un deseo mutuo que parece nunca va a culminar en un buen encuentro de sexo apasionado. 

Hombre tímido, da por fin el paso. Atrévete. 

Sabes que estoy deseosa de besarte, de sentir la calided de tu boca. Tu sonrisa me anticipa que ha de ser una experiencia maravillosa sentir la humedad de tu lengua y la suavidad de tus labios.

No debes dudar de mi ansia por verte desnudo en mi cama, de recorrer cada centímetro de tu piel para llenarlo de saliva. Quiero sentir que te retuerces de ganas, que tiemblas de placer.

Ten claro que quiero comerte la polla como nunca nadie antes lo había hecho, con maestría y dedicación. Quiero demostrarte que el vicio se puede hacer con mucha ternura y que escupiré tu glande hasta llenarlo de mi saliva para, a continuación, succionarlo con fuerza mientras lo masajeo con mi lengua. Comprobarás como me la meto entera en la boca, hasta rozar con mis labios tu pubis. Y, cuando mi garganta esté llena de ti, te miraré con cariño y entrega.

Cuando sientas que no eres capaz de soportar tanto placer, me abriré de piernas para ti y te ofreceré la jugosidad de mi coño. Será todo tuyo. Te pediré que me lo comas y acariciaré tu pelo mientras lo haces. Si me llevas al orgasmo, pronunciaré tu nombre mientras me corro entre gemidos y espasmos de placer. 

A continuación, me subiré sobre ti a horcajadas y meteré tu dura polla en mi coño palpitante. Con el movimiento de mis caderas, comenzaré a cabalgarte mientras te miro con ternura y acaricio tu pecho.
Cogeré tus manos y las llevaré a mis tetas, observaré como juegas con mis pezones y las acaricias.
Yo controlaré el ritmo y llegaré pronto al orgasmo, entonces sentirás con te riego con mi líquido placer. Entonces te besaré con pasión mientras te abrazo, para volver a cabalgarte de nuevo.

También te pediré que seas tu el que me folle y, boca arriba, abriré mis piernas para mostrarte el camino. Cuando estés de nuevo dentro mío, te abrazaré fuerte con mis piernas mientras aprieto tu culo con mis manos para pegarte bien a mi.

No dejaré de gemir y de hablarte, de susurrarte en el oído lo bien que me lo haces. Sentirás mi pasión, te llegará mi ternura, gozarás de mi vicio.

Cuando estés a punto de correrte, te invitaré a que lo hagas sobre mis tetas, quiero sentir tu semén caliente sobre ellas. Mientras te masturbas yo te acariciaré los huevos y, si me dejas, dibujaré tiernos círculos alrededor de tu ano. Si tu culo se muestra dispuesto, te penetraré con suavidad con mi dedo para regalarte un orgasmo que será inolvidable.

Cuando hayas terminado, resfregaré tu regalo sobre mi pecho y probaré de mis pezones el sabor de tu corrida.

Al terminar, nos acostaremos un buen rato abrazados, mientras te beso y acaricio con cariño.

Hombre tímido, ¿a qué esperas? Te estoy esperando.

jueves, 27 de febrero de 2020

Límites

Fue  un hombre que llegó a mi vida para alterarla por completo. El chico en cuestión me gustaba mucho y, a la vez,  había algo en él que me resultaba tenebroso, oscuro, inquietante.

Tenía un atractivo muy peculiar. Era un hombre joven, calculo que no llegaba a los treinta. Sin embargo, mostraba una madurez y una seguridad en sí mismo que lo convertían en un ser cautivador. 

Su sonrisa parecía cercana pero su mirada era fría como el acero. Sus ojos, grandes y color verde, se clavaban en los míos consiguiendo que se me escapara un escalofrío. 

Él, hombre sabio y experimentado, sabía cómo ponerme nerviosa. Yo sentía cómo jugaba conmigo y me transformaba en una muñeca inocente cada vez que estaba ante él. Ese era parte de su atractivo. Me gusta y odio a partes iguales sentirme así. No estoy cómoda cuando me siento vulnerable ante el otro pero, a la vez, esa indefensión me excita enormemente. 

Es por ello que deseaba con todas mis fuerzas y lo más profundo de mi ser, dejarme seducir por tan enigmático personaje. Quería sentirme en sus manos, bajo su absoluto control. Fantaseaba una y otra vez con la idea de un encuentro en el que me viera sometida, obligada, ninguneada y manipulada.

A la vez, mi conciencia intentaba gritarme para sacar esa loca idea de la cabeza, con la premisa de la precaución y la cautela. Pero yo no parecía escucharla.

Sin embargo, a veces es tan necesario sentirse fuera de una misma....Experientar en la propia piel lo prohibido, los tabúes, el vicio sin control, el peligro....
Ese deseo de tocar el infierno hasta llegar a arrepentirte cuando ya no es posible dar marcha atrás, esa necesidad de conocer una parte de la oscura realidad de la que, con la cabeza bien fría, siempre intentarías huir.

Traspasar esa línea es demasiado arriesgado, pones mucho en juego. Es posible que, después de una experiencia así, ya no vuelvas a ser la misma. Pero....¿y si de ella sales más reforzada, más mujer, con un mayor conocimiento de ti misma y de tu capacidad de resitencia y aguante?

Él me hablaba de sexo y me erizaba los sentidos. Las palabras que salían de su boca me penetraban sin piedad haciéndome retorcer de placer al escucharle. Fueron muchas las ocasiones en las que me contuve de saltar a su boca, el deseo de ser suya se volvía cada día más angustioso.

Deseaba verlo a diario, necesitaba mi dosis de locura. Me mordía los labios hasta hacerme daño para evitar decirle que, por favor, me follara sin piedad. Tal y como él me relataba que acostumbraba hacer con sus víctimas.

De sus historias supe que era un hombre casi cruel en la cama, que disfrutaba causando dolor con sus embestidas. No permitía las quejas ni los llantos y los castigos eran impasibles e inmediatos.
Era capaz de convertir a una princesa en la más barata de las putas. Podía regalar a una mujer el mayor de los placeres, pero siempre disfrazado de humillación y tortura. Y, a pesar de ello, siempre le iba suplicar más.
En su compañía, una podía olvidar que era persona, renunciando a su propia esencia e integridad. Una marioneta en sus manos, sin derechos ni palabra.

Obediencia y entrega abosuluta.

No besaba, escupía. 
No acariciaba, abofeteaba.
No nombraba, insultaba.
No lamía, mordía.
No follaba, las llevaba al cielo haciéndolas creer que estaban en el infierno.

Estaba muy cuerdo a pesar de parecer un loco, sin embargo a mi me estaba arrastrando hacia la locura.

Yo, que siempre he tenido alma de sumisa, veía en ese hombre la oportunidad de experiementar algo nuevo, algo más allá de lo que yo conozco. Salir de mi estado de confort y ampliar mi campo de visión, dejándome llevar por sensaciones que me ayuden a seguir creciendo. 

Sé que durante el tiempo que mantuve contacto con él llegué a perder el norte, a despegar los pies de la tierra. Ese hombre se convirtió en mi obsesión por lo que representaba, por lo que parecía prometer y por el enganche que me provocó a lo que sentía cuando estaba junto a él. 

Entonces, una noche me desperté angustiada. No soy capaz de recordar lo que había soñado pero, en ese momento, supe que debía apartarlo de mi vida. Y así fue. Rompí todo vínculo con él. Le bloqueé de todas mis aplicaciones y borré su teléfono. 

Me llevó mucho tiempo superar su ausencia, la costumbre se había hecho fuerte en mí. Pero ahora puedo decir con orgullo que mi personalidad y mi sentido de autoprotección estuvieron ahí cuando más los necesitaba. Porque, efectivamente, tampoco es necesario llegar tan lejos algunas veces.

Al fin y al cabo, estamos hablando de placer, pero siempre con cabeza.