martes, 21 de agosto de 2018

El masajista

Hubo un tiempo en el que me veía con un masajista. 

Sinceramente el chico no me atraía demasiado, debo reconocerlo. Puede decirse que me aproveché un poco de él. Aunque pensándolo bien, él también sacaba provecho de la situación: tocaba lo que quería y se iba de mi casa masturbado y feliz. Nunca permití que me besara, ni en el cuerpo ni en los labios.

Cada miércoles, puntual, venía a las once de la mañana a mi casa. Y llegaba cargado con su camilla portátil, su sábana desechable y sus aceites (había adquirido los aromas que a mí se me habían antojado). !Traía un montaje el pobre chico!

Yo, sintiéndome por primera vez algo puta, le cambiaba una hora de masaje descontracturante por otra de sobeteo, en la que él aprovechaba para masturbarse hasta llegar al orgasmo. 
 La primera parte siempre era sobria y profesional y debo decir que era realmente bueno en lo que hacía, me dejaba el cuerpo relajado tras cada sesión.
Pero cuando ya se acercaba el final de la primera hora, sus manos comenzaban a tocarme de manera diferente. Como sin querer se adentraban entre mis nalgas o entre mis piernas para ir, poco a poco, rozando mis labios exteriores en cada pasada. 
Al tiempo, con cuidado, separaba mis piernas para poder acceder mejor a mis ingles y, de ahí, comenzaba a adentrarse poco a poco en mi coño. La sensación del aceite y sus manos calientes sobre mí clítoris me proporcionaban un gran placer, aunque nunca llegué a correrme.

Después se deslizaba por mi vientre y subía por mi pecho hasta mis tetas. En ellas se recreaba la mayor parte del tiempo. Masajes amplios y sensuales con sus suaves manos empapadas en aceites de esencias que erizaban mis pezones regalando una tersura extra a mis tetas.

De cuando en cuando le gustaba meterme un dedo en el coño y otro en el culo a la vez y entonces aprovechaba para masturbarse con la otra mano. 

Cuando ya estaba cerca de correrse me pedía que me diera la vuelta y se recreaba con mis glúteos hasta que le llegaba el orgasmo. Le encantaba descargarse sobre mi culo, llenármelo de leche y ver el contraste entre el brillo del aceite y su corrida.

Los días que me pillaba inspirada o algo más caliente de la cuenta, le comía un ratito su pequeña polla y entonces se iba aun más feliz. 

Cuando terminaba, le tocaba otra vez recoger todo el tinglado y a mi me hacía cierta gracia. Gracia por todo lo que tenía que montar el pobre chico para conseguir un poco de morbo cada semana.

Creo recordar que esto duró aproximadamente tres meses y a él le costó mucho aceptar que nuestra "extraña relación" se había acabado cuando le insté a que no volviera a más a mi casa. 

Pero es que es muy difícil tener sexo, del tipo que sea, con un hombre que no te atrae....




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