miércoles, 30 de enero de 2019

Cuando deseas que sea tu sumisa...

Aquel día no le importó el frío que encogía la noche. Al contrario, las bajas temperaturas que reinaban esa temporada en la ciudad fueron sus aliadas en su placer por torturarme.

Me dio permiso para vestirme con apenas un liguero, su tanga favorito, los zapatos más altos de mi colección y una gabardina beige.

Cuando sonó el sonido del mensaje en mi teléfono, obediente bajé las escaleras que me separaban de su coche y me monté sin mediar palabra. Así me lo había ordenado.

Había pasado un día horrible en el trabajo y decidió que la mejor manera de aliviar su tensión era, sin duda, hacérmelas pasar a mi putas. Me conoce bien y sabe que por hacerle feliz soy capaz de hacer cualquier cosa. 

Cuando me subí a su coche noté de inmediato que su perfume se había adueñado de todo el habitáculo. Sonaba "living on the edge" a todo volumen y él estaba irresistiblemente sexy. Cuando está enfadado es, si cabe, aun más guapo.

Le dí las buenas noches y no obtuve respuesta, cierto que tampoco la esperaba. Me apetecía decirle que apenas me había dado tiempo a prepararme debido a la premura de su aviso, pero sé bien que cuando decide jugar al rol de amo impertérrito y canalla esas licencias no me están permitidas.

Sin mediar palabra me llevo hasta las afueras y paro en el parking del campo de fútbol de nuestra ciudad. En cuanto el coche se detuvo tuve claro lo que quería. No fue necesaria ninguna orden: yo misma abrí la puerta salí fuera del coche.

El frío era desgarrador y noté su bofetada en cuanto me quité la gabardina. La dejé sobre mi asiento y cerré la puerta. Con paso firme y contoneando mis caderas a sabiendas de que él me seguía impaciente con la mirada, me situé delante suyo con las piernas abiertas y los brazos en jarras.
Entonces encendió las luces y todo se volvió blanco de repente. Yo, sin inmutarme, sólo esperaba ordenes.

Me dejo así varios minutos, que a mi se me hicieron horas, disfrutando del placer de saberme tuya.
De repente, se bajaron las cuatro ventanillas y del coche salió  la canción con la que adora que me desnude. Así que allí estaba yo, bailando al ritmo de "crazy", helada por fuera pero caliente como una perra por dentro.

Como él esperaba y sabía, no tardaron en llegar mirones atraídos por el sonido de la música y el espectáculo que una mujer casi desnuda estaba dando al calor de dos focos. Eso me encantó y sabía que a él le estaba gustando aún más.

Uno de los hombres, supongo, debió acercarse a su ventanilla a pedirle permiso y se acercó ávido a tocarme tras su beneplácito. Yo sabía que estaba cuidada por su mirada y me sentía segura, así que le dejé hacer complaciente. Comenzó a sobarme las tetas y agradecí sentir el calor de sus manos. Yo no dejé de bailar, al menos, al principio. 

Cuando quise darme cuenta, ya eran tres los hombres que estaban recorriéndome entera. Uno de ellos, incluso, se atrevió a besarme. Yo accedí obediente; lo que mi chico permitiera estaba bien para mí.
El primero que metió los dedos entre mi tanga, se encontró con el premio de encontrarse un coño empapado y deseoso. No tardo en agacharse para disfrutar del manjar. Con el coño en su boca y mientras seguía siendo sobada con ímpetu por los otros hombres, alcancé un primer orgasmo que me hizo olvidar el frío.

Entonces la música se silenció y, a duras penas por la intensa luz, vi salir del coche a mi chico. Cuando se acercó a mí pude ver en su rostro la satisfacción por el momento que yo le estaba regalando sumisa. Es en esos momentos, cuando veo la felicidad en su cara, cuando me siento realizada y le encuentro sentido a mi entrega por él.

Mi chico me cogió de un brazo y me llevó hasta el capó del coche. En ese momento me dirigió la palabra por primera vez en toda la noche para ordenarme que me quitara el tanga. Una vez lo hube hecho, apoyo mis manos sobre el coche y me abrió las piernas. 

Hizo una señal a los hombres y rápidamente entendieron que en ese momento solo disfrutarían del lujo de ser meros espectadores y se apartaron de mí. Entonces, mi chico, abrió su bragueta y se sacó la polla. Pude notar el calor de su duro miembro junto a mi culo antes de que me la metiera sin piedad. El aullido debió escucharse a varios kilómetros a la redonda y ese fue el disparo de salida para que los hombres que hacían un semicírculo alrededor nuestro comenzaran a masturbarse desesperados.

Mis tetas, con las embestidas, bailaban sobre la fría chapa del coche hasta que llegó el momento en que mi chico me dio un gran azote en el culo y me ordenó que pusiera mis manos hacia atrás. Entonces era mi cara la que sentía el frío del capó.

Sin que yo me diera cuenta, hizo una seña a los hombres. Entonces, se fueron acercando uno a uno para acabar su paja pegaditos a mi. Tenían el permiso para echarme encima su corrida. Cuando sentí el calor sobre mi espalda de la primera lechada alcancé un orgasmo fantástico, pero el segundo llegaría acompañado de un fuerte tirón de pelo de los que me vuelven loca. El tercer hombre tardó algo más en correrse y a punto estuvo de coincidir con el orgasmo que mi chico me regalo en mi dilatado culo. Para entonces, yo estaba gozando del éxtasis de sentir como bajaba la leche del último hombre entre mis nalgas.

Cuando mi chico me ayudó a incorporarme ya no quedaba rastro de ninguno de los otros hombres. Entonces sacó mi gabardina del coche y me la puso con cuidado. Me ordenó que me subiera al coche así, con el traje hecho de corridas. Sabía entonces que no podría limpiarme hasta llegar a casa.

El coche estaba calentito y para el viaje de regreso sonaba "armagedon" pero ya más bajito. Mi chico ya estaba relajado y volvía a tener su rictus normal: sereno y sonriente. Hablamos distendidamente sobre los planes que teníamos para el fin de semana y al llegar a casa él subió conmigo.

Con sumo cuidado me quitó toda la ropa y abrió la ducha. Yo estaba pegajosa y aun sentía frío pese el calor del coche. Me metió dentro de la bañera y me enjabonó con cariño y dedicación. Después, me secó y echó crema hidratante por todo mi cuerpo. Se encargó de ponerme unas bragas y una camiseta de manga larga, que es como a mi me gusta dormir y me metió en mi limpia, cálida y mullida cama. Entonces se desnudó y se acostó a mi lado. Estuvo acariciándome hasta que sintió que mi respiración se volvía más pausada y de su boca salió ese: "gracias princesa" que me da la vida. Entonces cayó dormido a mi lado y ambos pasamos juntos una noche más. 

Quien no sea capaz de entender que esto también puede formar parte del amor verdadero, no entiende de la vida.




2 comentarios:

  1. Seguro que te acuerdas de mí, sabes quien soy.
    Pícame a la puerta, estoy donde siempre.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo siento, me es imposible saber quién eres por lo que me dices. Como no seas más concreto...

      Eliminar