martes, 27 de noviembre de 2018

La vida empieza ahora (II)

Tras ese mensaje llegaron muchos otros.

Algunos sólo eran de mujeres con oscuros intereses buscando engañar a incautos inocentes, otros de hombres buscando contacto con heteros despistados y la mayoría eran de mujeres que no tenían claro ni lo que buscaban ni lo que ofrecían por esos lares. Mujeres perdidas en un limbo en el que no sabían moverse con libertad y que sólo conseguían despistar a sus interlocutores con sus idas y venidas.

Aun así; de vez en cuando, se encontraba con mensajes de mujeres con las ideas claras, mujeres directas y reales. Con muchas sólo llegaba a intercambiar un par de frases, pero con otras conseguía una cierta complicidad que le hacía mucho bien.

Durante mucho tiempo, vivió absorto en su vida B. Las horas pasaban sin sentido, el trabajo quedó relegado a un segundo plano y acabó por notarse en su rendimiento. El tiempo que antes dedicaba al gimnasio, en muchas ocasiones lo limitaba a quedarse en el coche a la puerta del centro deportivo charlando desde la tranquilidad de su soledad.

Y, por primera vez, se sentía feliz. Charlaba de temas banales, se intercambiaba fotos sugerentes con ellas e, incluso, llegó a tener sexo vía teléfono y cam con un par de amigas.

Su autoestima subió como la espuma y se sentía más sonriente y parlanchín. Por supuesto; su mujer notó en él un notable cambio, pero prefirió mirar para otro lado y disfrutar de la tranquilidad que esto le reportaba en su día a día. 

Le encantaba hacerse pajas en los sitios más variopintos: en el coche, en el baño de un supermercado, en el vestuario de su gimnasio...Hacerse vídeos y fotos de su polla dura y sus corridas le ponía cachondísimo. Podía pasar horas mirando las fotos de las mujeres que se mostraban, cachondas, para él. Eso le hacía sentir importante y deseado.

Así pasó meses, sin atreverse a dar un paso más. Para verse cara a cara con una mujer necesitaba sentirse preparado y, aunque le surgieron varias oportunidades, las rechazó cobarde. El morbo que esta nueva situación le regalaba era más que suficiente para él.

Pero, como suele ocurrir, conoció a la persona adecuada. La mujer por la que se veía capaz de arriesgar todo lo que tenía. Sabía que un sólo beso de esa rubia bajita de grandes ojos y tetas pequeñas le iba a merecer cualquier peaje que tuviera que pagar.
Pasaron semanas organizando su primer encuentro, ambos querían que éste fuera especial. Amén de los nervios y nuevas sensaciones que provocaban en él una experiencia de semejante índole.

Aquella tarde, en esa cafetería, mientras esperaba por su acompañante, se sintió el hombre más afortunado del mundo. Y, solo por eso, todo merecía la pena. 

Cuando la mujer atravesó la puerta de entrada y le miró a los ojos mientras caminaba hacia él, pensó que perdía el conocimiento. Supo que jamás volvería a sentir lo que en ese momento le estaba ocurriendo e hizo un gran esfuerzo por grabar para siempre esa felicidad en sus entrañas.
Su corazón palpitaba fuerte y su polla le dolía dentro del pantalón, con una dureza que desconocía que podría llegar a sentir.

De repente, estaban cara a cara. Las pupilas dilatadas, las mejillas coloradas, los labios hinchados, la voz entrecortada y el corazón luchando por no salirse del pecho. La sonrisa no les cabía en la boca.

Dos besos. El tiempo se para mientras se miran y; entonces, la fuerza de la atracción y el deseo les llevó a acercarse lentamente y unir sus labios en un beso que a ambos les supo a cielo. Pasaron largos minutos así, abrazados y unidos por sus salivas y sus ganas.

En ese momento, sin saberlo, se habían convertido en amantes.


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