lunes, 25 de noviembre de 2019

Calmando las ansias

En pocas ocasiones he pasado tantos días seguidos sin follar con mi chico. 

Sé que para la gran mayoría resulta incluso insultante leer que diez días sin sexo es mucho tiempo, pero yo estoy acostumbrada a tenerlo una o dos veces cada semana, a veces incluso tres. Cabe destacar que mi chico y yo vivimos una relación de "amantes" y no nos es posible vernos a diario como una pareja común. Aun así, me siento afortunada por el ritmo con el que tenemos relaciones, pues valoro mucho sus grandes esfuerzos por verme a pesar de sus obligaciones semanales.

En esta ocasión fueron una serie de acontecimientos los que desencadenaron la tardanza en nuestro encuentro. Quisieron las hormonas que la situación se me volviera, si cabe, menos llevadera.
Las masturbaciones diarias no sirvieron de consuelo, pues mi coño palpitaba pidiendo su polla. 

Fueron muchas las veces en las que nuestras conversaciones vía voz o WhatsApp desembocaron en situaciones calientes que nos ponían como perros. En alguna ocasión llegamos a necesitar masturbarnos a la vez, cada uno en su casa, unidos por el hilo telefónico y acompañados por las fotos y vídeos que ansiosos recibíamos del otro.

Los días pasaban lentos y la esperanza de llegar a poder verse pronto nos alentaban a superar cada jornada.

Por eso, cuando ayer confirmamos nuestro encuentro para la mañana de hoy tuve a bien prevenirle de lo que tenía por seguro que ocurriría. Yo estaba tremendamente cachonda y deseosa. Cuando esto ocurre, sé que superaré en número los ya muchos orgasmos que alcanzo cuando me folla. 
Porque cuando estoy más perra de lo normal, me siento insaciable y más cerda y viciosa de lo que ya lo soy normalmente en la cama.

Él llegó a mi casa con la premisa clara: lo primero que yo deseaba hacer era llenarle la cara del aroma de mi coño. Mi primer orgasmo sería sobre su boca, impregnando su barba de mis sabrosos jugos mientras él, con su lengua, me regala placer a bocados.

Desperté ansiosa, con unas ganas locas de tocarme. Pero me contuve, quería estar totalmente entregada y preparada para él. Nuestro encuentro era temprano y debía aguantar. Ese sufrimiento me produce un profundo placer, controlar las ganas es tremendamente satisfactorio.

Decidí sobre la marcha esperarle desnuda y, cuando sonó mi timbre, se me ocurrió esperarle en el recibidor de mi casa, con la puerta y las piernas abiertas para no perder ni un segundo en sentir el calor de su boca en mi coño.

Cuando mi chico salió del ascensor y se encontró la escena, su cara se tornó viciosa y mi excitación se multiplicó durante los segundos que tardó en llegar hasta el quicio de mi puerta. Según la atravesó, y sin cerrarla, se arrodilló ante mí y me regaló los primeros lametazos. No pude evitar retorcerme de placer. Se me escaparon dos gemidos ahogados, consciente de la situación en la que estábamos, ofreciendo tan bella imagen a cualquier vecino que hubiera tenido la suerte de pasar por delante en el descansillo en ese preciso instante.

No tardó en ponerse de pie y ayudarme a incorporarme. Acto seguido nos encaminamos hacia mi cama bien pegados mientras me cogía fuerte por las tetas y apretaba su cadera contra mi culo haciéndome sentir la dureza de su polla a través del pantalón.

Le pedí ansiosa que se desnudara rápido y, a pesar de que respondió obediente, no pude evitar arrodillarme a comerle la polla mientras acababa de hacerlo. En esa ocasión, fue suyo el gemido.

Yo estaba descontrolada, entregada, loca.....

Fue por eso que él tomó las riendas de la situación y decidió tumbarse sobre la cama y me indicó que posara mi coño sobre su cara. En ese instante, cuando sentí el calor de su lengua de nuevo, sentí que perdía el juicio. Mi boca volvió a buscar su polla y la disfruté sin orden ni concierto: succiones rápidas e intensas, lametazos en el glande, gargantas profundas.....

De cuando en cuando era tal el placer que me regalaba con su boca, que yo me veía incapaz de hacer otra cosa que no fuera disfrutarlo en exclusiva. Entonces tan sólo dejaba descansar mi cabeza sobre su polla y me limitaba a gemir, gritar, temblar y restregarme bien contra su cara.

Cuando estaba cerca de alcanzar mi primer orgasmo, llené mis dedos de saliva y le penetré el culo. Estaba tan excitada y desbocada que le hice daño con la uña porque pequé de bestia al meterle el dedo y el pobre se quejó de dolor. Le pedí perdón jadeante y comencé a jugar con su agujero. Fue cuando la excitación no me permitió aguantar más y me dejé llevar por una corrida intensa mientras gritaba como una posesa y movía mi culo entre espasmos de placer. 

Pero yo quería más, necesitaba más y no me podía permitir un descanso. Fue entonces cuando me dí la vuelta y clavé su polla en mí. Comenzó a follarme mientras nos besábamos sin control y no tardé en alcanzar mi segundo orgasmo. No puedo contabilizar los que le siguieron mientras estuve a horcajadas sobre él. El ritmo lo fuimos marcando uno y otro aleatoriamente hasta que llegó el momento en que mi chico me indicó que me colocara de lado.

Esa postura es, para mí, especialmente placentera pues me da la oportunidad de masturbarme o que me lo haga mi chico mientras me folla. Fueron varios los orgasmos que alcancé tanto con el clítoris como con su polla. 

Mi chico, como es costumbre en él, aun no se había corrido. Entonces, hubo un cambio de rumbo y sacó su polla de mi coño para meterla en otro agujero más prieto y excitante: mi culo. Hacía bastante tiempo que no hacíamos anal y hoy resultó ser un día ideal para retomarlo. Sabedor de lo que ocurre en estas ocasiones, fue cauto y paciente. Poco a poco fue metiendo su polla, sin forzar, dando tiempo a mi ano para que se dilatase y estuviera totalmente preparado para acoger a su polla. Y así fue, mi culo disfrutó sobremanera de la dureza de su polla. Fueron mis gemidos y mi cara de placer, unido a la presión que mi culo ejercía sobre su polla, los que le arrastraron a una inevitable corrida, llenándome de su leche caliente. Yo la sentí entrar entre palpitaciones y terminé de correrme con mis dedos, una última vez, mientras le escuchaba gemir  y le sentía temblar mientras me abrazaba fuerte.

Nos dimos un merecido descanso, entre besos y una charla distendida. Incluso llegamos a quedarnos transpuestos durante un ratito. Sin embargo, nuestros cuerpos aun pedían más del otro y antes de ducharnos para bajar a tomar un vermú a la calle, aún nos regalamos un último orgasmo. Esta vez, desde el sosiego y la tranquilidad. 

Comenzamos con un misionero lento y pausado, con movimientos armónicos y acompañado de besos y abrazos. 

Mi chico decidió terminar follándome a cuatro, postura que le vuelve loco. Asido a mis caderas y marcando un ritmo casi marcial, me llevó al orgasmo que dio por cerrada mi mañana de placer para terminar regalándome su leche, esta vez en mi coño.

Entonces pudimos comprobar que ya estábamos satisfechos el uno del otro y que la espera había merecido la pena. El resto del día lo he pasado tranquila, sintiéndome llena de él. Porque su leche, de nuevo, está dentro de su dueña. Está dentro de mí.


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