domingo, 8 de noviembre de 2020

Deseo

Te pido perdón. Ese día me fue imposible contener el deseo.

Sé que ahora, por mi culpa, te sientes culpable de haberle sido infiel a tu mujer. Pero te juro que nada hubiera podido evitarlo.

Cada día pasaba por delante de tu tienda y, cada día, buscaba con mi mirada tu presencia. En muchas ocasiones me has pillado. Al principio te mostrabas extrañado, después comenzaste a sentirte halagado y la sonrisa que me regalabas últimamente ha sido tu sentencia final.

Nunca me atreví a comprarte nada, temía balbucear y temblar si te tenía demasiado cerca. Si pensaba simplemente en el hecho de atravesar la puerta, mis manos comenzaban a sudar y el corazón se desbocaba dentro de mi pecho.

Son infinitos los orgasmos que me has regalado sin saberlo, tantas las veces que te he imaginado desnudo sobre mí, que a veces me despertaba dudando si sólo había sido un maravilloso y húmedo sueño o, por fin, habías sido ya mío.

Pero esa mañana....no sé qué ocurrió esa mañana. 

Te prometo que no tenía nada planeado. Es más, estoy segura de que si no llega a ocurrir de ese modo, jamás hubiera ocurrido de ningún otro.

Cuando llegué a la altura de tu local y miré hacia dentro, nuestros ojos se encontraron en un instante. Pareciera que tú me estabas esperando. Entonces.....entré. No recuerdo cómo, pienso que fue el deseo que me atrajo hacia ti de manera irrefrenable.

Tú no te resististe. Me miraste fijamente mientras yo caminaba entre tus casacas y mandiles de alegres colores directa a tu boca. Cuando llegué frente a ti, te besé. Y tu me respondiste con tu lengua ardiente y hambrienta.

Cuando ambos saciamos nuestra sed inicial separé mi cara de la tuya y te miré, por primera vez, de cerca. Eres aun más guapo en las distancias cortas y hueles muy varonil. Eso hizo que perdiera, aun más si cabe, la cabeza.

Creo que en ese momento seguía siendo un autómata que tan sólo respondía a las órdenes del deseo, el más puro y visceral deseo. El deseo por sentirte, porque me sintieras; el deseo de hacerte mío durante unos minutos y para siempre. 

-"Fóllame, te pido por favor que me folles. Te deseo".

Durante unos segundos te quedaste inmóvil, como petrificado. Yo me asusté. En ese momento desperté del estado casi hipnótico en el que me encontraba y comencé a temblar avergonzada.

Entonces comenzaste a desandar mis pasos y te dirigiste a la puerta de tu tienda. Cerraste, echaste la llave y volviste junto a mí. Creí que me desmayaba.

Me cogiste de la mano, sin dejar de sonreír ni un instante y me llevaste a la parte de atrás del local. 

Mi corazón parecía salirse de mi pecho y mi coño palpitaba mojado como pocas veces.

Fue entonces cuando comenzaste a besarme salvaje, pareciera que tú también llevases tiempo deseando ese encuentro. Tus manos parecían tener vida propia y recorrían todo mi cuerpo como queriendo reconocerlo en braile. Yo no pude evitar llevar las mías a tu culo, pienso ahora que fue un modo de sentir que estaba viviendo una realidad y no era otro de mis sueños.

Comenzaste a desnudarme con premura, me gustó que tú llevaras las riendas. En pocos segundos me dejaste desnuda a tu entera disposición.

Entonces volviste a coger mi mano y me llevaste junto a una mesa para después subirme sobre ella. Estaba fría y llena de papeles. De dos manotazos te deshiciste de todo lanzándolo al suelo.

Tu boca volvió al encuentro de la mía y, tras unos besos llenos de saliva y calor, comenzaste a bajar por mi pecho. No soy capaz de recordar el modo en que lamías mis tetas y mordías mis pezones sin sentir un escalofrío que me recorre entera. Yo te miraba obnubilada mientras jadeaba de placer y tocaba tu pelo.

De cuando en cuando me mirabas y yo sentía que me derretía. 

Seguiste bajando con tu lengua, recorriendo un camino de saliva por mi barriga hasta llegar a mi ombligo. Entonces separaste mis piernas y se abrió ante ti mi coño. Yo temblaba y jadeaba. Tú sonreías y mirabas con placer el bocado que estabas a punto de comerte.

Entonces te pusiste de rodillas. Imposible olvidar la primera sensación del calor de tu boca sobre mi clítoris, el modo en que abriste mis labios con tus dedos para llegar con más facilidad a él. En ese momento escuchaste mi primer grito.

No sé los minutos que pudiste pasar dándome placer con tu lengua, pero llegó un momento en que volviste a levantarte. Entonces te quitaste el jersey que llevabas, desabrochaste el cinturón y soltaste los botones de tu vaquero para dejarlo caer libre sobre tus piernas. Lo siguiente fueron tus boxer.

Yo, que seguía alucinada con lo que estaba viviendo, pude ver una polla pequeña pero bien dura, con el vello oscuro como el tono de tu piel. Me resultó deliciosa y perfecta.

Como no, con otra sonrisa y esa mirada que me tenía eclipsada volviste a tomarme de las manos para ayudarme a bajar de la mesa y colocarme al revés apoyada sobre ella. 

Yo, con los brazos extendidos, sintiendo el calor que había dejado mi cuerpo, notaba como mi coño palpitaba por las ganas de ti. 

Comenzaste por besar mi espalda mientras acariciabas mi pelo de manera un tanto ruda. Poco a poco comenzarte a dibujar otro camino de saliva que, cuando se acercó a mi culo, hizo que soltara el segundo grito. 

Entonces el calor estaba ya en mi ano, la humedad de tu saliva activó el mecanismo de dilatación que me vuelve loca. De repente, un dedo. Tercer grito. Ahora me doy cuenta de que estabas comprobando si mi culo estaba dispuesto para tu polla.

Y, si, lo estaba. Toda yo lo estaba.

Cuando estaba embriagada del placer de tu dedo en mi ano, me sorprendiste con una certera embestida en mi coño. Así imposible no correrse casi de inmediato. Mis gemidos y los tuyos se entremezclaban sin orden ni concierto y tu otra mano asida a mi cadera me encantó y acrecentó el placer que me estabas regalando. 

Tres orgasmos. 

Aún me estaba recuperando del último cuando sacaste la polla de mi coño y, sin pausa, sacaste el dedo para dejarla el sitio. El cambio de volumen me volvió loca y grité una vez más. 

Entonces fueron dos las manos que sujetaban mis caderas y tus embestidas se volvieron más salvajes y ansiosas. 

Sentí mucho placer, mucho. Cuando escuché diferencias en el sonido de tus gemidos y aumentaste el ritmo de tus caderas, supe que tu orgasmo estaba cerca. De repente, te quedaste parado y de tu boca solo salían sonidos guturales.

Palpitaciones, espasmos, leche entrando en mi culo a pequeños borbotones, orgasmo. 

Éxtasis.

Durante segundos te dejaste caer sobre mi espalda y pude sentir el sudor de tu pecho.

Te separaste de mi y me ayudaste a darme la vuelta. Con tu eterna sonrisa me indicaste dónde tenías un baño. 

Satisfecha y muerta de la vergüenza recuperé mi ropa y entré para asearme.

No me vi capaz de volver a mirarte a la cara cuando hube acabado. No me podía creer lo que había ocurrido.

Estaba a punto de atravesar la puerta de tu tienda cuando me dijiste "¿Pero qué he hecho? Mi mujer me mata" Levanté los ojos temerosa y te vi sonreír mientras te atusabas el pelo. 

No he vuelto a pasar por delante de tu local, todavía no me veo capaz. Será el tiempo el que me dé la valentía para volver a hacerlo.

Vuelvo a pedirte perdón. Te prometo que no fui yo sino el deseo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario